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Un país academizado
Un país academizado
Por: Jorge Maldonado
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Miércoles 26 Enero 2011 | 00:00

No hay una estadística confiable al respecto, pero sí existen conceptos claros en torno a los niveles de escolaridad de la población de los diferentes países.

En América, por ejemplo, Chile es uno de los países que ha logrado conformar una población con una mayoría que ha superado los 12 años de escolarización; pero, así mismo, hay otros cuyas mayorías no alcanzan ni siquiera el nivel primario.
La comparación de esos datos con el desarrollo económico y social, parecería generar conclusiones de que el progreso llega antes a las sociedades que se encuentran mejor capacitadas, es decir, a aquellas cuya población accede a los niveles más altos de su educación.
Parecería ideal, entonces, que todos los ecuatorianos hayan egresado de las aulas de la universidad; pero por mirar ese ideal no podemos olvidar la realidad nacional que nos muestra que el sistema público de educación no tiene capacidad para atender las necesidades de la población, ni siquiera en el nivel primario.
Por otro lado, el nivel ideal es resultado de un largo proceso de perfeccionamiento del sistema educativo que debe canalizar hacia la universidad  a los estudiantes que han desarrollado las cualidades necesarias para acometer con excelencia el esfuerzo que demanda la educación superior.
En términos realistas tenemos que concluir que un alto porcentaje de los estudiantes del nivel primario muestran graves falencias cognoscitivas  por diversas razones que van desde la falta de interés por el estudio hasta su dedicación temprana a las actividades productivas. Así mismo, un alto porcentaje de los bachilleres serán alumnos fracasados en la universidad por las mismas y por nuevas razones.
Sin duda que la desconexión entre los niveles de instrucción es un obstáculo para el avance regular de los estudiantes; pero también hay irresponsabilidad en los propios estudiantes y en sus padres.
Lo cierto es que tenemos que vivir esa realidad. Nos encantaría a todos que nuestros hijos y nietos sean exitosos en su formación académica y se exhiban como profesionales especializados destacados entre sus pares. Pero, con seguridad, esa satisfacción tienen pocas familias ecuatorianas.
En algún momento del futuro podamos, como país, sentirnos orgullosos del sistema educativo que produzca bachilleres bien preparados para incorporarse al aparato productivo y para continuar su formación académica. Pero no estamos en ese momento. No debemos, entonces, pretender que las universidades que tienen limitaciones naturales absorban a toda la población estudiantil que encuentra en la carrera universitaria una pausa necesaria y una solución a la falta de empleo.
Finalmente digamos que la juventud tiene otras alternativas que explorar, en una tierra tan generosa como Manabí.

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