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Las culpas de Tucson
Las culpas de Tucson
Por: Ricardo Trotti
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Martes 18 Enero 2011 | 00:00

Al discurso incendiario que se ha apoderado del debate público en EE.UU. se le atribuyó casi por unanimidad la matanza perpetrada contra un mitin político en Arizona en la que resultó herida de gravedad la congresista demócrata Gabrielle Gifford y fueron asesinadas otras seis personas.


Para los demócratas, la tragedia de Tucson fue consecuencia de la retórica del ala más conservadora del Partido Republicano, nucleada en el Tea Party que lidera la ex gobernadora Sarah Palin. Para los republicanos, se trata del aprovechamiento de los demócratas en la búsqueda de rédito político para contrarrestar la pérdida de las elecciones de noviembre. Según otros, la culpa recae en los medios de comunicación, por su sensacionalismo en la cobertura noticiosa.
Es cierto que la diatriba puede derivar hacia la apología del delito. Sin embargo, si la sicología de las matanzas estuviese determinada por el discurso encendido, por qué no se dan en sociedades polarizadas como en la Venezuela de Hugo Chávez, el Ecuador de Rafael Correa o la Argentina de Cristina de Kirchner, donde estos presidentes, opositores y periodistas se enfrascan a diario en furibundas batallas dialécticas.
Las palabras y los insultos han causado siempre grandes conflictos, pero lo de Tucson está más atado a la perturbación mental de un joven de 22 años, Jared Loughner, quien aparentemente actuó solo, sin estímulo político, y apoyado por una enmienda constitucional que permite a cualquiera comprar armas de fuego sin restricciones, un tema que se discute cada vez que ocurre una masacre, pero que se diluye ante opiniones tan diametralmente opuestas como irreconciliables.
El debate pareció sosegarse cuando el presidente Barack Obama, en el homenaje a las víctimas, magistralmente llamó a la reflexión, a bajar el tono de la discusión partidista y terminar con las culpas.
Sarah Palin saldrá mal parada de este entuerto, porque es proclive a lanzar dardos por fuera de los períodos electorales. Pero mal haría que se autocensure o la censuren, porque su posición sirve para que muchos encuentren el centro entre los extremos de políticas progresistas del gobierno y conservadoras de la oposición.
El histórico respeto por la democracia y el debate de las ideas en el país, nunca estuvo exento de violencia política ni de locos ni mesiánicos. Cuatro presidentes fueron asesinados mientras ejercían la Casa Blanca desde Abraham Lincoln a John Kennedy pasando por James Garfield y William McKinley, mientras que Ronald Reagan se salvó milagrosamente de un atentado en 1981.
Es bueno el encargo a recuperar el civismo como pidió Obama, pero la lección de vida que se desprende de la masacre de Tucson debería servir para canalizar un debate profundo y terminar con la hipocresía de glorificar las armas y demonizar las palabras. <

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