Año a año la carta desaparecía antes de Navidad. “Ya se la llevó Papá Noel”, le decían sus padres. Ella lo creía. Lo creía porque todos los años los regalos amanecían en el árbol.
Pero ese 1996 la historia cambiaría. Al escuchar la risa del personaje por el que había esperado por tanto tiempo, se levantó de un golpe de la cama y se dirigió hacia éste.
Era él, Papá Noel. Estaba lleno de barbas, vestido de rojo y cargaba en la espalda una bicicleta.
Al ver que la niña se le acercaba (y por tratar de huir rápido) se enredó y cayó de tal modo que el gorro y la barba se salieron de su lugar.
Rosita se llevó la decepción más grande de su vida: el que estaba debajo de la máscara era su padre.
Hoy lo recuerda como una anécdota, pero por años la historia se llevó como una tradición en su familia.
 Hace más de 70 años Ángela Zambrano vivió la historia diferente.
En su casa -en ese entonces ubicada en Colón, Portoviejo, no había árboles ni se escribía cartas.
Ella y sus seis hermanos dejaban los zapatos en la ventana para que en la Nochebuena Papá Noel dejara los regalos dentro de éstos.
Los regalos, recuerda, todos los años eran lo mismo: una muñeca y “bolitas de cristales”, refiriéndose a las bolichas.
Leonardo Martínez, de 89 años, recuerda que cuando era joven, con los amigos del barrio utilizaban máscaras y visitaban todos los pesebres. Luego desfilaban por las calles.
En el siglo 21 algunos padres han optado por disfrazarse de Papá Noel, otros prefieren esconder los obsequios de sus hijos y dejarlos en el árbol la noche del 24.
Y aunque este personaje fue inspirado en un obispo cristiano de origen griego llamado Nicolás, que vivió en el siglo IV en Turquía, muchos aún debaten si existió o no.