Así de sencillo... "La posición del funcionario gubernamental o de elección popular frente a las instituciones locales y no locales, está determinada por la acción de administrar, legislar, fiscalizar con transparencia y honradez".

En rigor a la verdad, el pensamiento anterior representa una seria advertencia, para el político más que nadie, al ejercer sus juicios y decisiones por medio de hechos obedientes y no deliberantes, afecta el destino de los habitantes y en muchos de los casos a la condición misma del cantón, de la provincia o del país.
Algo parecido corresponde decir acerca del político que utiliza al pueblo para triunfar y después ignorarlo, más aún cuando rehúye estar ante los ojos y oídos de los habitantes. Claro es que esto significa no querer conocer los problemas que gobiernan y arrastran su vida.
Hay que afirmar que política sin pueblo no es política. Sería ingenuo no reconocer el significado de la palabra habitante en la vida; en esta parte los diccionarios registran en sus páginas un amplio contenido: "Habitante, cada una de las personas que constituyen la población de un barrio, ciudad, provincia o nación", tal reconocimiento puede estar presente en hombres y mujeres de personalidad prominentes, que no se alejan del habitante que le extendió la mano cuando más la necesitaba y que constituye su razón de ser y existir.
En efecto, la responsabilidad para la toma de decisiones en las instituciones públicas exige moral y honradez, las que muchas veces son cualidades de políticos excepcionales. Pero ese no es pretexto para en sesiones ordinarias o extraordinarias alzar la mano o decir apruebo la moción.
Lo cierto es que la política no es tal si no es honesta. El político que está preparado para aprovechar las oportunidades de manera deshonesta anula su personalidad y desacredita la institución.
Reflexionando: Bien por los políticos que con su proceder honesto y desinteresado son ejemplos de servicio y hacen de la amistad un objetivo de la vida.