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Del verde al rojo
Del verde al rojo
Por: Miguel Sacoto Guillem

Sábado 10 Julio 2010 | 00:00

Esperábamos un grupo de transeúntes el cambio de la luz verde al rojo, del semáforo en la esquina de la Córdova y Olmedo, para poder llegar a la otra acera de la calle; cada vez que se daba el cambio de luz el intento era fallido por la avalancha de vehículos que, como cerro desmoronándose, giraban de la Olmedo hacia la Córdova.

Ninguno se atrevió a pasar sobre la línea cebra; de repente se lanzó un hombre de andar pausado; la lentitud de sus pasos y su don de gallardía molestaba a los choferes. Entonces no faltaron los insultos.
Miré el rostro del ofendido, esperaba ver la demostración de indignación, más bien, manejaba los músculos de su rostro para expresar alegría de haber llegado a un nuevo día. El hombre no se inmutó, dirigió una mirada sonriente a los que le lanzaban la metralleta de epítetos. Continuó con el mismo ritmo de andar. Me atreví a cruzar la calle esperando igual destino de insulto; pasé corriendo; mi intención era dar alcance a aquel hombre con la finalidad de hacer un comentario breve del comportamiento de los que conducen un vehículo motorizado.
Cuando estuve cerca a él busqué la forma de iniciar una conversación, le dirigí las primeras palabras, no me respondió, ni se percató que me encontraba a su lado hablándole; continué botando de mis labios otras oraciones, aquel hombre era tan indiferente como los arbustos plantados en los parques que no responden a las quejas del alma que llevamos clavadas como tablero, en donde se incrustan los dardos.
No quise defraudar a la necia idea de quedarme sin respuesta, seguí hablándole; mis palabras eran para él como las sombras en la noche. ¡Terminó venciéndome! Entonces, me dio por hablar a solas, en voz alta para que me escuchara mí escasa audición que tengo por el paso de los años. No me quedaba más que responderme, a las interrogantes que llegaron de prisa a mis pensamientos como calcetines lanzados de una máquina industrial. Si por un instante todos nos volviéramos sordos no escucharíamos, para salvación de esta vida pecadora, tanta barbarie que ensordece la razón.

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