A mediados de enero del año pasado, vestida de camuflado, Adriana Marcela Cantor Ávila pisó por primera vez la Escuela de Artillería del Ejército, en el sur de Bogotá.
Habría de pasar cinco meses, en los que entró y salió de esa guarnición como una suboficial con grado de cabo tercero, antes de que se descubriera que ella no era militar y que portaba un disfraz. Ahora, cuando espera una decisión de un juez que la procesa por cargos de uso indebido de uniforme e insignias y simulación de investidura, Adriana, de 21 años, dice que quiere que la reciba el comandante de las Fuerzas Militares, o el comandante del Ejército, para pedirles perdón. También queire demostrar que puede servir en las filas del Ejército.