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Alfaro, la estatua y nosotros
Alfaro, la estatua y nosotros
Por: Jorge Bello
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Viernes 02 Julio 2010 | 00:00

Eloy Alfaro Delgado, quien no es cualquier muerto, sino el más ilustre de nuestros muertos, sufre perennemente la profanación de su memoria ilustre.

Las profanaciones de  su tumba  y  cenizas ya sabemos que se confundieron entre el mito y la realidad de  la ceremonia  para  las nuevas ignominias. 
Hoy mismo, en Portoviejo,  a propósito de una estatua  que se ha ubicado en la recientemente remodelada Plaza Eloy Alfaro, se armó un debate intenso por la morfología de la obra, que es Alfaro y que  no  lo es,  que es un adefesio, que no se parece, que debe ser así o no. Aparecieron los más variados gustos artísticos y de pronto el pueblo parió exquisitos críticos de arte. Explotaron las nuevas ideas y la creatividad exultante de espontáneos adoradores de Alfaro; y artistas a la vez.  Ofendidos patriotas alfaristas y liberales de ocasión elevaron sus voces junto a un sector del pueblo deseoso de protestar y ésta era una ocasión que no había que dejar pasar.
Aprovechemos esta oportunidad ¡ahora si! para exigirnos el estudio de Alfaro como lo han venido proponiendo varios sectores,  entre ellos  destaco a Héctor Farfán por coherente y persistente. Una cátedra para la defensa y difusión de la  obra e ideales de Eloy Alfaro, con mayor fervor que con el que criticamos y destrozamos esa estatua que no es un retrato;  y no  creo que haya pretendido serlo.
La plaza, en sí,  fue conceptualizada como un homenaje al general, su obra y su trascendencia, dentro del presupuesto posible; el deseable tendría que ser millonario para una concepción majestuosa. En esta discusión altisonante se extraviaron los simbolismos de la estructura y concepción. El tren, el laicismo, la educación, el ateísmo, el  paso por esta ciudad atravesada por un río navegado por balsas en esa época. También está el hecho de repotenciar el concepto de plaza como un lugar de convergencia de los ciudadanos.
Bien por el interés, la atención, la discusión e incluso por la participación. Bien por la oportunidad de repasar a Eloy Alfaro en su gran  magnitud, talla que no se puede medir desde el fetichismo o la idolatría insensata o superficial.  Bien porque es una oportunidad para repensar desde lo contemporáneo o para el futuro un ideal verdaderamente alfarista. Alfaro evolucionó dialécticamente y es por ello que alcanzó esa grandeza que hasta hoy nos deslumbra, y que pese a ello aún no podemos emular con sensatez  ese pensamiento de avanzada, porque se anteponen oportunismos, intereses y egoísmos. El desprendimiento, la honradez, sabiduría y entrega a los ideales  de Eloy Alfaro es lo que hay que edificar en cada ser como el mejor monumento al general. 
Que boten esa efigie y que prenda la flama de la identidad manabita en ese Eloy Alfaro valiente, digno, honrado, sagaz, libertario, guerrero, que debe edificarse en el corazón de  cada uno de nosotros como el mejor de los monumentos.

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