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¡Infinitas gracias!
¡Infinitas gracias!
Por: Melvyn Herrera
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Lunes 14 Junio 2010 | 00:00

Jamás imaginé escribir esta nota, antes de que mi “Rocinante”, un Nissan X-Trail choque o sea chocado (averiguándose) y se vaya “para la punta de un cuerno”, conmigo, su único conductor y ocupante, en Colorado, Montecristi, al amanecer del jueves 29 de abril reciente.

Lo del carro y su pérdida total olvidémoslo, pero sepan amigos que yo quedé inconsciente y malherido hasta que los bomberos de Montecristi me encontraron ya bien “bolsiqueado” del celular, plumas, maletín y otros “adornos” y  me trasladaron al hospital Rodríguez Zambrano de Manta, donde alguien comedido me identificó, iniciándose en ese momento, entre mi esposa, mis 6 hijos, 1 yerno, 3 nueras, 10 nietos, mi madre y mis 2 hermanos en USA, además de una multitud de familiares y amigos, dependientes, profesionales médicos y otras muchas personas conocidas y/o relacionadas, una febril gestión humanitaria que aún prosigue y que  es la que hace y me permite escribir estas letras, con el exclusivo fin de humilde y respetuosamente, inclinarme agradecido por la bondad que todos han tenido con esta persona que talvez no merece tanta solidaridad.
Paulatinamente reiniciando algunas habituales actividades, debo confesarles que desde allá donde estuve -con el cuerpo exánime y el cerebro vacío- he retornado muy diferente, sin prejuicios ni malos recuerdos, más aún si he conocido que en los varios centros médicos de Manta y Guayaquil -donde mi ser estuvo hospitalizado- con mi familia recibimos gratas visitas y múltiples e insospechadas llamadas de eternos amigos y parientes, de los que por alguna torpeza mía me había distanciado, a quienes hoy, con estas gracias sinceras, les pido disculpas por mis ligerezas y ahora les reafirmo mi cariño.
Permítaseme también resaltar otra vez el rol de mis queridos seres íntimos y sus círculos allegados, que ante la gravedad de mi salud movieron “cielo y tierra” para que el mismo día del accidente un avión ambulancia venga desde Quito y me traslade de Manta a Guayaquil, donde científicos médicos y su personal de apoyo, en la clínica Kennedy, acometieron la difícil tarea de retornarme a este mundo, reconstruyéndome, desde mis signos vitales, hasta mi visión,  rostro y recuerdos…
Ahora que ya estoy otra vez en nuestro Manabí amado, aprovechando un paréntesis de la futbolización global y paulatinamente integrándome al servicio y labores que siempre me caracterizaron, lo primero que hago es cumplir con este elemental deber de agradecer a todas y cada una de las caritativas personas mencionadas y hasta a las anónimas y momentáneamente olvidadas; es decir, a todos quienes les debo estos privilegios que poco a poco estoy volviendo a disfrutar: respirar, pensar, leer, escribir y ser grato. A todos y a sus allegados, ¡infinitas gracias!

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