Primero fue en Flavio Alfaro, luego los hechos se suscitaron en Jipijapa; y ahora se comenta de nueva violencia – ahora con uso de armas de fuego - en el cantón Flavio Alfaro, en acción de la que, hasta ahora, solamente se conoce de un herido cuya condición de salud no reviste gravedad.
Los rumores sobre un supuesto tiroteo entre fuerzas opuestas políticamente hacen recordar aquel pasado en el que se imponía la majestad de caciques y tiranos, para quienes el triunfo en las elecciones de los pueblos ubicados en el campo era solamente para satisfacer la ratificación de su ego, de exhibir el poder o manejarlo tras bastidores, maquillando sus intervenciones en “democracia amarrada”.
Y para lograrlo se imponía el chantaje, la corrupción, la coerción, la represión y la violencia, todo basado en el terror, método con el que se ha escrito muchas páginas negras de la política ecuatoriana, lesivo al derecho ciudadano, a su libre voluntad de elegir y ser elegido.
Y aquella práctica, injuriosa a la mente y la capacidad del ecuatoriano actual, debe continuar en el destierro, erradicada de las manifestaciones electorales contemporáneas en las que la inteligencia debe primar a la brutalidad, el razonamiento a las pasiones y la honestidad a la soberbia.
Hay que evitar que la violencia resurja como arma política. Y para ello la mejor manera es la transparencia en el manejo del proceso electoral, el seguimiento estricto a la ley, reglamento y normas establecidas para el efecto; y, principalmente, el equilibrio en las decisiones de los problemas que deban ser conocidos y resueltos por el organismo correspondiente.
Si bien la responsabilidad principal es de la función electoral, no es exclusiva de ella, pues los partidos y sujetos políticos diversos son corresponsables de que el país madure y vista los pantalones largos de una real democracia.
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