En los caminos de Loja todavía se escucha el eco del nombre de Naún Briones, aquel jinete de baja estatura —apenas 1.60 metros— pero de inmensa voluntad, que se atrevió a enfrentarse a los terratenientes en una época marcada por la miseria y la desigualdad.
Su figura, envuelta en un aura de mito y rebeldía, ha sido comparada con la de Robin Hood. Pero su historia, más que una leyenda extranjera, es una radiografía de la injusticia criolla. Nació alrededor de 1902 en Cangonamá, cantón Paltas, hijo de campesinos humildes. Desde niño, fue testigo de las desigualdades del sistema latifundista. La muerte de su padre, un arriero endeudado, marcó un antes y un después. Su familia apenas logró pagar el funeral. Fue entonces cuando la rabia se convirtió en causa.
Naún Briones y las revoluciones
Eran tiempos convulsos en América Latina. Las revoluciones sacudían el continente y el mundo, y las ideas de justicia social germinaban entre los oprimidos. En Ecuador, tras el asesinato del expresidente liberal Eloy Alfaro en 1912, el país entró en una larga noche de represión. Fue en ese contexto que Briones decidió tomar el camino de los forajidos. En 1926, tras la muerte de su padre, buscó al célebre bandolero peruano “El Pajarito” y se unió a su banda. Dos años después, fundó la suya propia.
Pero Naún no era un ladrón común. Enviaba cartas a las haciendas anunciando su llegada: “Prepárense, vengo por lo que les sobra”. Robaba ganado, alimentos y dinero de los ricos y lo repartía entre los más pobres. Su gesto lo convirtió en héroe para unos, en azote para otros. Para los campesinos, era justicia a caballo; para los hacendados, una amenaza que debía ser eliminada.
Su carisma lo hizo popular. Se le atribuyen alianzas con figuras como “Chivo Blanco” y su antiguo mentor “Pajarito”. En 1930 fue capturado y encerrado en el temido Penal García Moreno de Quito, donde conoció a Luis Aníbal Paz, alias “El Águila Quiteña”. La leyenda dice que escapó poco después de la misteriosa muerte de Paz, y que volvió a sus montañas, a su gente.
El amor de su vida
También hubo espacio para el amor. En 1934 se casó en secreto con Dolores Jaramillo, una mujer mayor, devota y leal, que lo acompañó hasta sus últimos días. Fue una unión inesperada, como todo en su vida: clandestina, apasionada, arriesgada.
Pero el cerco se cerraba. Los hacendados, hartos de sus asaltos y de su popularidad, lo denunciaron una y otra vez. La policía intensificó su búsqueda. Y el 13 de enero de 1935, en la quebrada de Piedra Liza, un pelotón de carabineros lo rodeó. Lo mataron con solo 33 años.
Lo presentaron como un criminal. Pero para muchos, Naún Briones murió como vivió: en rebeldía. En los caminos de Loja aún lo recuerdan como un justiciero. Su historia divide. Para algunos, fue un ladrón con tintes de redentor; para otros, un símbolo de resistencia frente al abuso y el olvido. Hoy, su figura sigue viva en la memoria popular. Porque hay leyendas que no mueren.
