Madres que celebran su día haciendo lo que aman: trabajar



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Lupe Loor recuerda que ha trabajado toda su vida, desde joven, desde cuando se convirtió en madre y “guardaba” a sus hijos dentro del triciclo para no dejarlos en casa.
Allí comían y dormían. Lupe empujaba por las calles de Manta el triciclo con el que vende mangos. Arriba los ovos, el manguito curtido, la sal, la pimienta;  abajo sus cuatro muchachitos.
Ella ha hecho esto desde hace 22 años  y hasta ahora sigue en el mismo negocio.
Lupe tiene 54 años y muchas fuerzas para más tiempo.
Empezó muy joven en sus trabajos. Era comerciante de ropa, pero  quebró ese negocio porque una amiga le  “sacó” bastante mercadería  y nunca le pagó.
Fue allí cuando empezó con su nuevo emprendimiento, el de los mangos.  “Todo esto ha sido  duro porque había mañanas que no tenía para comer, pero al otro día Dios me daba el doble”, expresó.
Lupe se separó de su esposo hace  40 años y desde  entonces siempre se dedicó a atender a sus hijos.
Eso sí , a veces  siente que ya ha trabajado mucho y  quiere  quedarse en casa descansando, pero no puede, señala, porque vender mangos es su sustento diario. Vende y come, así de simple.
Lupe dice que  ser mamá  y trabajar a la vez es duro. Pero allí ha estado siempre con sus hijos y  gracias a Dios nunca les ha faltado nada.
>Un día triste. Hoy, “Día de la Madre”, es un día triste para Aide Chirila, de 48 años.
Ella al igual que otros venezolanos, han dejado su país, por lo que están separados de su madre.
“Mi madre está allá. Es muy doloroso ver que llega ese día y no la tengo para darle un abrazo. Quisiera que durara más. También extraño a mis hijos, ellos están en Colombia. No es igual como tener sus hijos a lado“, expresa.
Aide vende bolos en las calles de Manta. Llegó a la ciudad hace seis meses. Primero estuvo en Quito.
Aide también es una madre de “hierro”. Empezó   a trabajar desde los 15 años  en Venezuela y con eso se pagó los estudios para graduarse de maestra. Dio clases en una parvularia, le iba bien , pero los políticos quebraron a su país y debió salir, dice.
Ahora la maestra Aide trata de sobrevivir en las calles de Manta. Trabaja de ocho   de la mañana a cuatro de la tarde.  Camina por el centro de la ciudad, por los mercados. Llega a casa y piensa en sus hijos, en su madre, en sus nietos. A veces llora por ellos. Dice que los nietos son como hijos propios, como si uno los hubiera “parido”.
Hoy Aide quisiera ver  a su madre, abrazarla. Desearle feliz día.  
“Para mí es triste que muchos dejan a su madre viva en Venezuela y cuando regresan la encuentran muerta “, expresa.

>Trabajará hasta que pueda. Colombia Suárez tiene  76 años y muchas ganas de seguir trabajando.  
Todas la mañana, a las siete, alista su carreta, acomoda los mangos y sale a trabajar al mercado Central.
Hace esto desde hace 40 años. La necesidad la obligó. Enviudó y tenía cuatro hijos que mantener.  Así que armó su negocio y empezó a darle pelea a la vida.
Laboró a diario para darles una buena educación. Dos de ellos incluso se graduaron en la universidad y son profesionales. “Estudié a todos mis hijos y salí adelante, una es licenciada y la otra es abogada”, señala.  
Colombia nació en Jipijapa, trabajó 15 años allá.
Dice que va a seguir en esto hasta cuando  vea que ya no puede más o  hasta cuando Dios la tenga con vida.
“Yo trabajo para el consumo mío. Alguna pastilla, las vitaminas que tomo”, señala.
Hoy, que recuerda el Día de la Madre, Colombia siente que ha cumplido con su rol. Está muy feliz por sus  hijos, así no la puedan visitar  como antes.
“Como ahora no se puede bailar ni tomar cerveza, me dedico a estar en la casa”, expresa.



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