En la capilla de Solca Guayaquil, el aire huele a flores y fe, en este lugar, una madre de familia dijo que «sí». Bernarda, de mirada firme, camina despacio, aferrada al brazo de su amor. Hace 30 años que comparten vida, dos hijas, un hogar tejido con risas y silencios. Pero el cáncer irrumpió, implacable, y aun así, no logró apagar su promesa.
Ella, Madre de familia, lleva meses luchando contra la enfermedad en los pasillos de Solca. Él, su compañero, nunca soltó su mano. Este lunes 16 de junio, frente a una cruz sencilla, decidieron sellar su unión. La capilla se llenó de susurros emocionados, de canciones que parecían abrazos.
El Comité de Damas de Solca, mujeres que saben de batallas, adornó el lugar con rosas blancas. Las hijas de Bernarda, testigos de un amor que resiste, contuvieron lágrimas. Compañeras de quimioterapia, vestidas de esperanza, aplaudieron. En ese rincón de Guayaquil, el tiempo pareció detenerse.
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Una madre de familia que desafía al destino
No hubo lujos, solo verdad. Bernarda, con su vestido blanco, pronunció un “sí” que resonó más allá de la capilla. Su esposo, con los ojos húmedos, le devolvió la promesa. Juntos, frente a Dios, vencieron al miedo. La ceremonia, breve, guardó la grandeza de lo eterno.
El personal de Solca, entre cánticos y aplausos, celebró el milagro del amor. Las damas de la institución, que acompañan a tantas en su lucha, lloraron de alegría. Bernarda, radiante, les regaló una sonrisa que hablaba de vida. Ese día, el cáncer quedó en segundo plano.
Historia que inspira esperanza
En Solca, las historias de lucha se entrelazan con las de amor. Bernarda, Madre de familia, recordó a todos que la esperanza no se rinde. Su boda, un acto sencillo, se convirtió en un faro para quienes enfrentan la enfermedad. El amor, dicen en la capilla, también sana.