En el centro de Portoviejo vuelven a empezar desde cero



El centro de Portoviejo es aún una herida abierta. Por las calles de este lugar hay edificios en construcción y otros que ni siquiera empiezan.

“Empezar de nuevo no es fácil, pero se puede. Mi caso es muy  duro, pero a la vez grato”, expresa Dennis Rezabala, dueña del bazar “El Pillín”.

Ella perdió dos negocios en el terremoto del 2016: un bazar y un hotel. Quedó en la nada, cuenta.

Su hotel llamado ‘Alejandro’, de al menos cinco pisos, quedó muy afectado, perdió tres plantas. Mientras que el edificio del bazar se destruyó en su totalidad.

Además, allí falleció su hija de 16 años, su tía y la nieta de su tía.  

“Fue terrible. Nos quedamos golpeados, no teníamos nada. Estuvimos un año en Quito, otro en La Mocora. Mi familia en Portoviejo me llamaba para decirme que la puerta de lo que quedaba del hotel estaba abierta. Se robaron todo. Desde el pasamanos, los aluminios, las puertas, los sanitarios y fregaderos, todo”, expresa.

Tres años después regresó al lugar y empezaron de nuevo. “Con una mano por delante y otra por detrás”, dice.

Colocaron una mesa y una silla afuera de lo que quedaba del edificio, y empezaron a elaborar nuevamente piñaterías y  manualidades. Sus padres empezaron así hace 50 años. Eso inspiró a Dennis y a su familia.

De eso ya han pasado dos años. Su negocio ha tenido buena acogida. La gente los apoya. “El Pillín” ha empezado de nuevo.

“Me fui en condiciones muy difíciles, no podía recuperarme. Incluso, me hicieron diálisis. Hasta que me amputaron”, comenta.

Dennis dice que en salud la atención fue muy buena, pero en créditos de reactivación no fue lo mismo.

Ella y su familia debieron empezar desde cero, desde abajo, con esa mesa, la silla y una pistola para pegar con silicona, que aún conserva en su local ubicado en la calle  Chile y avenida  Pedro Gual.  

Perdió mucho

Wilfrido Pinargotte cuenta que han pasado ya seis años desde el terremoto y no ha podido reencontrarse con su comadre, la madre de su ahijado que murió el 16 de abril en el edificio de su negocio, calzado “Mariner”.

“No podemos ni vernos con mi comadre, su único hijo. Imagínese eso, ¡qué dolor! Yo también perdí un hijo y a mi nuera ese día”, expresa, y le tiembla el rostro, como si estuviera a punto de llorar.

Wilfrido tenía su negocio en la calle Chile. Era un edificio de cuatro plantas. Ese 16 de abril estaba en temporada de clases y tenía todo su local lleno de mercadería para los escolares.

Con el movimiento todo salió expulsado a la calle y se lo robaron.
La gente, narra Wilfrido, se metía a los escombros y se llevaba los sacos de mercadería. Y él no podía hacer nada. Tenía decepción e impotencia.

Wilfrido tuvo que vender unas propiedades para poder sobrevivir en medio del caos de ese tiempo.

Luego quiso reactivar su negocio y arrendó un local en la calle Atana­sio Santos y avenida Reales Tamarindos, pero vendía muy poco.

“El negocio no rendía por allá, y ahora estoy arrendando aquí en la calle Chile. Estamos poco a poco. Ya estoy construyendo mi propio local y pronto estaremos nuevamente con el almacén nuevo”, señala, y por primera vez durante la entrevista sonríe, pero dura poco.

A su mente llegan los recuerdos de su hijo, el que murió en el terremoto, el que iba a ser doctor. También de su nuera y su ahijado. Recuerdos tristes.
Dice que ese día se salvó por la voluntad de Dios, porque ya era un poco más de las seis de la tarde, el terremoto fue a las seis y 45.

Ellos cerraron su negocio y salieron en su carro, a los pocos minutos la tierra empezó a moverse. Luego pasó lo que pasó. El trabajo de su vida se fue abajo, su vida también.



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