Cinco hermanas marcaron con su silencio el grito más estruendoso. Cecilia, Lux, Bonnie, Mary y Therese Lisbon se convirtieron en mito antes de alcanzar la mayoría de edad. Todas se suicidaron.  La novela Las vírgenes suicidas, de Jeffrey Eugenides (1993), y su inolvidable adaptación cinematográfica dirigida por Sofia Coppola en 1999, reconstruyen esa tragedia ocurrida en Detroit en la década de 1970, desde la memoria de unos adolescentes que las observaron con fascinación y nunca lograron comprenderlas.

Todo comenzó con el suicidio de Cecilia, la menor, a los 13 años. Un gesto devastador que no solo fracturó a la familia Lisbon, sino que expuso las fisuras de una comunidad obsesionada con las apariencias. El hogar, regido por la estricta moral religiosa de una madre inflexible y el silencio resignado de un padre docente, se transformó en prisión. Tras la muerte de Cecilia, la vigilancia se volvió encierro. Pero lo que debía proteger terminó asfixiando. Las demás hermanas, una a una, siguieron su camino hacia la muerte, sellando un misterio que jamás tuvo respuesta definitiva.

Las cinco hermanas y su barrio

Jeffrey Eugenides escribió la novela desde el punto de vista de unos chicos del barrio que, décadas después, aún intentan reconstruir la historia a través de los recuerdos. En su relato hay culpa, nostalgia y un intento desesperado de dotar de sentido a una tragedia que los marcó para siempre. Las hermanas Lisbon, en su encierro y silencio, encarnan no solo la adolescencia reprimida, sino también la imposibilidad de ser escuchadas.

Sofia Coppola, en su debut como directora, tradujo esta atmósfera a la pantalla. La película de Coppola no dulcifica la tragedia, sino que la vuelve aún más perturbadora. La música envolvente y espectral acompaña ese tránsito entre lo real y lo irreal, entre lo que fue y lo que pudo ser.

El control en casa

Pero Las vírgenes suicidas no es solo una historia de muerte; es una crítica feroz al control patriarcal, a la idealización de la feminidad y a la indiferencia social ante la salud mental. A finales de los años 90, cuando términos como “empoderamiento” o “sororidad” apenas se insinuaban en el discurso público, Las vírgenes suicidas irrumpió como un himno silencioso sobre la angustia adolescente femenina. Ni la película ni el libro dan respuestas —no intentan resolver el enigma—, pero obligan a mirar de frente a un sistema que exige obediencia y castiga el deseo.

A más de dos décadas de su estreno, la obra de Coppola sigue siendo un referente del cine, una pieza de culto que, más que contar una historia, convoca una sensación. Late la pregunta sin respuesta: ¿qué falló? Y, sobre todo, ¿por qué nadie escuchó a estas cinco hermanas?