Cuatro hermanos quieren estudiar pero en casa no hay dinero para uniformes, zapatos y útiles escolares



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Cuatro niños están sin estudiar. La pobreza de sus padres los mantiene en casa. Su madre, Viviana Zambrano, de 29 años, relata que es originaria de Briceño, Bahía de Caráquez, y vive en Manta desde hace siete años. Sus hijos son Andy, de 14 años; Damaris, de 12; Jesús, de 8; Israel, de 6, y Catalina, de 2 años.

El padre de sus dos hijos mayores falleció. En aquel tiempo vivían en el suburbio de Guayaquil. Ocurrió cuando el mayor de los hijos tenía trece meses de nacido y ella estaba embarazada de su segunda hija. Luego vino el segundo compromiso, de quien se embarazó y llegó el tercer hijo. Inesperadamente esa nueva pareja la abandonó cuando supo que un cuarto hijo venía en camino. “Nunca más supe de él”, dijo.
Abandonada con sus cuatro hijos, Viviana decidió venirse a vivir a Manta, donde desde hace cuatro años se dio una nueva oportunidad en el amor junto a Carlos Zambrano, de 34 años, quien es ayudante de albañilería.

Con él procreó a Catalina, su última hija. Esta familia nunca ha tenido un techo propio. Conocieron a alguien que les prestó un terreno en La Revancha. Allí construyeron una casa de caña. Al cabo de dos años el dueño les pidió que desocuparan, porque iba a construir. Aquello coincidió con el inicio de la pandemia, y esta familia pasó a arrendar una pequeña casa, que al poco tiempo no pudieron seguir pagando por la crisis que desencadenó el COVID, narró.

Decidieron entonces irse a Briceño, a casa de familiares de Viviana, pero allá la pobreza era aún más insostenible, por lo que volvieron a Manta.
“La falta de trabajo allá nos trajo de vuelta a Manta, y, aunque aún no podemos establecernos en un lugar fijo pagando la renta, un ángel se cruzó hace un mes aproximadamente en nuestras vidas”, expresó la madre de los cinco niños.
Se trata de Celia Véliz, una mujer que labora en un restaurante de Playita Mía.
Ella los conoció cuando Viviana y su esposo iban en las mañanas a la playa de Los Esteros a ayudar a jalar la red en la captura de peces pequeños.

Lo hacían con el propósito de tener al menos un poco de pescado en su mesa.
Véliz les cedió como préstamo una pequeña casa que tiene en el sector Elegolé, hasta que consigan un trabajo y tengan cómo pagar el alquiler de un departamento.
Allí las más costosas pertenencias de Viviana y su familia son dos colchones, un ropero viejo que alguien le regaló y una nevera que también les regalaron, pero que la mayor parte del tiempo pasa vacía.
La tarde del lunes solo había un litro de leche, con el que esa noche le haría un biberón a la niña de dos años y a los demás niños un poco de colada.
La cocina y el tanque de gas también son prestados por la dueña de casa.

> Estudiar. Durante los dos años de pandemia, los niños pudieron estudiar virtualmente gracias a que sus vecinos les compartían señal de internet.
Recibían clases en el único celular que hay en casa y que tiene la pantalla partida. “A veces, si se conectaba uno, no se conectaba el otro. Siempre tenía que estar hablando con las profesoras para que les reciban las tareas por WhatsApp y a destiempo”, contó.
Actualmente los niños están matriculados en la escuela fiscal Altamira, pero al mayor lo enviaron a la escuela 12 de Octubre, de Los Esteros.
Viviana quiere que las autoridades escolares los agrupen en un solo plantel y en un solo horario para más adelante ver la posibilidad de encontrar ella un trabajo por días u horas y así ayudar en la economía del hogar.
Por ahora la preocupación de esta madre es encontrar quién les regale uniformes. A ella no le importa que sean usados.

> Solidaridad. Desde hace seis meses, una persona les lleva esporádicamente legumbres y víveres.
Celia también los ayuda cuando puede.
Hace unos días ella no les recibió los 20 dólares que Viviana y su esposo le estaban dando como apoyo para el pago de luz y agua. Solo les pidió que procuren no desperdiciar mucha agua y que, mientras ella pueda, les dará la mano en lo que esté a su alcance.
Esa ayuda también quisiera Viviana de parte del director de la escuela Altamira, pero lo máximo que logró fue que los niños vayan a clases vistiendo un jean azul, camisa polo y zapatos negros escolares, pero Viviana y su esposo no tienen ni para eso, dijo.



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