Ahora todos amamos la playa, hasta aquellos que no la querían antes de este despelote del virus. Quieren que la abran los auténticos. En esa lista están los que iban a caminar por salud y distracción. Los surfistas que llegaban en busca de grandes olas. Los peloteros que ponían dos pedazos de palos como arcos. Los niños que hacían figuras en la arena mojada y cuyos padres le pedían que se bañaran solo en la orilla. Los que iban a broncearse. A los que les gusta nadar. A los que tomaban cervezas mientras en el atardecer veían como el mar se tragaba el sol. A las parejas que hacían el amor cuando se bañaban. Y quién lo iba a decir, también extrañan la playa los otros, aquellos a los que les molestaba la arena, el sol y el agua salada en su piel. Ahora pregunto: ¿A la playa le gustará que abran la playa? Que vuelvan los bañistas que dejan las botellas, el plástico, los condones, las tarrinas y los pañales en su orilla. Pero la playa no tiene voz ni voto, así que alisten sus trajes de baño.