El espectador puede convertirse en una gota de agua que rezuma por un árbol, vivir una experiencia transformadora gracias a la ficción para curar un trauma de la infancia, participar en una historia a través de movimientos motores o entrar en un espacio virtual mediante la respiración.
El arte inmersivo tiene infinitas expresiones, pero siempre busca que el sujeto se vea totalmente implicado en lo que está viviendo. “La mejor inmersión es siempre aquella capaz de introducir a la persona dentro de la pieza artística o de la historia a la que se está asomando”, explica Pau Alsina, profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Hoy en día, gracias a una mayor accesibilidad y a los adelantos de las tecnologías digitales que enfatizan la creación de realidades virtuales cada vez más osadas, esta vertiente artística vive un auge renovado.
La enorme diferencia con la década de 1990, el primer gran momento de auge y experimentación con la creación inmersiva, es que se ha pasado de tener que afrontar grandes costes a una situación en que las tecnologías se han hecho inclusivas y se han abaratado.
“Un headmounted display antes era una cosa muy frágil y grande y hoy en día es muy fácil de conseguir y se encuentra prácticamente en todas partes”, explica Pau Alsina. Sin embargo, algunas voces claman contra el hecho de que no están totalmente democratizadas aún y queda camino por recorrer hasta que este tipo de artefactos lleguen más allá de las clases acomodadas del primer mundo.
Para hacer frente al coste que tienen los dispositivos particulares, hay un tipo de arte inmersivo que accede al público a través de grandes equipamientos. La Reunión de los Museos Nacionales de Francia (el fondo museístico más importante del país) anunció a principios de año un nuevo Grand Palais Inmersif, destinado a ser un espacio “especializado en la producción, explotación y difusión de exposiciones digitales”. La apuesta venía sin duda motivada por el aumento de la demanda en las exposiciones digitales, y su éxito entre un público poco habitual en los espacios de arte.
Sin ir más lejos, en 2018 se inauguraba en París el Atelier des Lumières, el primer centro de arte digital en Francia, que antes de la pandemia ya había logrado visitas por parte de 2,5 millones de espectadores a sus muestras. El Atelier se ha convertido en visita obligada para los amantes del arte inmersivo, y por allí han pasado exposiciones espectaculares como “Monet, Renoir… Chagall. Viajes Mediterráneos”, “Colours x Colours”, “Terra Magnifica”, “Dreamed Japan” y “Van Gogh, Starry Night”.
En Barcelona, una de las propuestas más concurridas de los últimos tiempos ha sido la reciente “Klimt, la experiencia inmersiva”, instalada en el Centro de Artes Digitales IDEAL con proyecciones inmersivas de gran formato, más de mil metros cuadrados de pantalla, el uso de gafas de realidad virtual, espacios expositivos y otras herramientas interactivas. La propuesta, creada por Layers of Reality y el estudio belga Exhibition Hub, se ha podido ver simultáneamente en Barcelona y Bruselas.
Desde abril hasta finales de septiembre ya la habían visitado 120 mil personas. “Klimt” es la tercera propuesta de gran formato del centro, que ya acumula más de 300.000 visitantes desde la apertura de sus puertas en noviembre de 2019. La anterior experiencia acerca de la figura de Claude Monet recibió unos 150.000 visitantes, mientras que la pionera “Barcelona Memoria Fotográfica” fue visitada por 40.000 personas, a pesar de la afectación en los aforos y calendarios de apertura debido a la crisis de la COVID-19.
En todo el mundo, colectivos artísticos como los japoneses teamLab siguen siendo espectacularmente populares y masivos, y han sabido tomar también diferentes formas a través de propuestas como el museo físico teamLab Planets y la propuesta digital teamLab Borderless. Se puede ver una exposición del grupo en el CaixaForum de Barcelona hasta enero de 2022.
¿QUÉ OFRECE EL FUTURO DE LA REALIDAD VIRTUAL? Si en una cosa coinciden los expertos es en considerar que nos encontramos en un punto de inflexión que será interesante estudiar en detalle. Una vez superadas las profundas experimentaciones de los años noventa y el entusiasmo desmesurado de hace un lustro –cuando algunas voces vaticinaban que la experiencia inmersiva haría desaparecer otras formas artísticas–, ahora se considera que este tipo de propuestas han entrado en la cotidianidad como una opción más, y posiblemente lo han hecho para quedarse. “Simplemente acabará siendo una forma más de explicar historias”, opina Soler-Adillon.
“Hay cierto peligro de que la gente se canse si lo enfocamos todo a tener que comprar un dispositivo nuevo cada año, al mismo ritmo que los teléfonos inteligentes”, señala el artista, “pero, en general, es un momento interesante para ver si la realidad virtual se consolida como un nicho para videojuegos a escala comercial o coge un poco más de vuelo”. Aun así, hay que estudiar de cerca los efectos de la pandemia y el confinamiento, que han provocado socialmente una necesidad de alejarse de lo virtual para volver a la presencialidad.