En el mes de junio de 1969, fui designado por el doctor Velasco Ibarra como consejero económico y comercial de la embajada del Ecuador en Lima, Perú, y representante del Ecuador ante el Acuerdo de Cartagena (Pacto Andino), recién creado con el propósito de integrar a los países andinos: Ecuador, Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia y Chile.
La idea primigenia era fortalecer el proceso de integración latinoamericana. Esa fue mi primera misión diplomática.
El 28 de julio de ese mismo año, con motivo de la fiesta nacional de Perú, en una recepción diplomática conocí y saludé al joven escritor Mario Vargas Llosa, que pocos meses antes había publicado su primera novela muy leída, La ciudad y los perros, que había concitado los más diversos comentarios en los corrillos intelectuales de Lima. La había escrito durante su época de estudiante (cadete) de la Escuela Militar Leoncio Prado, lo cual nos hace pensar que su primera vocación era la milicia. En dicha novela, Vargas revela cómo era la convivencia en el internado de dicho instituto; denunciaba que allí existía un ambiente de cleptomanía, donde los compañeros se robaban los unos a los otros: hasta los interiores, los cepillos de dientes, las medias y los zapatos. Por esta decepción se fugó del colegio para, posteriormente, estudiar Derecho en la prestigiosa Universidad Nacional de San Marcos.
Debido al éxito logrado con su primera novela, que obviamente le trajo detractores y admiradores —como pasa siempre con los intelectuales y políticos—, al poco tiempo publicó La tía Julia y Conversación en la catedral, que merecieron buenos comentarios de la crítica.
Llevado por esa popularidad, decidió lanzarse como candidato a la presidencia de la República, enfrentando a Alberto Fujimori. Para sorpresa general, “el chino” ganó abrumadoramente, lo cual constituyó un grave golpe moral para el escritor. Abandonó el país y se trasladó a España. Al poco tiempo le otorgaron la nacionalidad española, jurando que jamás regresaría a su patria. Durante 50 años se dedicó incansablemente a escribir, hasta lograr una fama mundial que le sirvió para recibir grandes premios como el Príncipe de Asturias, y finalmente el Premio Nobel de Literatura. Desde muy joven abrazó la ideología comunista, admirador de la Revolución cubana; pero con el pasar de los años se convirtió en su crítico. Jean-Paul Sartre fue su gran mentor intelectual.
Extrañamente para mí, nacido el mismo año que yo, 1936, mes de marzo —o sea que solo me adelantaba un mes—, en la mística ciudad de Arequipa, situada al pie del Misti, volcán que ha determinado que a sus ciudadanos les llamen “los místicos”.
Los limeños lo despidieron tal como lo merecía, con grandes manifestaciones de pena y dolor. Qué suerte haber conocido a este personaje de fama mundial.