Pinturas de árboles y paisajes, de barrios coloridos y de caprichosa arquitectura, así como la interpretación andina de “Las Meninas”, de Diego Velázquez, se entrelazan en el libro “Del silencio al color”, que resume la metamorfosis artística de Miguel Betancourt, uno de los pintores más destacados de Ecuador.
Son 268 páginas en las que predominan las imágenes, que dan muestra de las diferentes secuencias desarrolladas por Betancourt, cuya obra se caracteriza mayoritariamente por el color.
Sin embargo, hubo ciertas etapas en las que el pintor se concentró en el uso de acrílico azul sobre papel Kraft y yute, lo que redujo su obra a dos colores: el azul y el color del soporte.
“Esto venía a ser una suerte de monocromatismo, en el que se distinguía el movimiento de la línea y realmente el color era silencioso…por eso el título (del libro) ‘Del silencio al color'”, explicó Betancourt a Efe.
Del diseño del libro se encargó un equipo de argentinos, junto con Santiago Ávila, quien trabajaba en la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE), donde se imprimió el texto, que se presentará este mes en la capital ecuatoriana.
En el libro hay más de 300 imágenes de la obra pictórica de Betancourt y unas 30 en blanco y negro de exposiciones con personajes de la cultura y la plástica que incidieron en su arte.
“PAISAJE ESCRITO CON TINTA VERDE”. En el libro se describe a Betancourt como un artista innato, que nació en Quito, en 1958, en la localidad de Cumbayá, “un rincón del mundo que entonces era rural y aún tenía ese sabor a campo, a potrero, a paisaje escrito con tinta verde”, que el artista inmortalizó en su obra.
“Hubo mucho deseo de plasmar todo lo que me circundaba, que más bien era un entorno natural: el río, los árboles, el cielo ampliamente azul, los sembríos, y con acuarela resolví toda esta temática”, comentó el artista.
No tenía veinte años, cuando su amor por la pintura se enriqueció con sus estudios de literatura, lo que le ayudó a entender la expresión del arte y sus contextos, sin saber que lo pictórico lo abrazaría eternamente para ser el eje de su vida.
METAMORFOSIS. Para el presidente de la CCE, Camilo Restrepo, “nada queda igual en la pleura más íntima después de abordar la obra” de Betancourt y con el libro homenajea su percepción pictórica, que “oscila entre un figurativismo abrumante que se balancea sobre el abstracto, así como el prisma geométrico y un inextricable expresionismo”.
Con su obra, “hace anomia, caos en el espíritu para luego concitar la paz y llegar a lo que Miguel busca en sí mismo: volver al mundo de la infancia, de los sueños, de visiones fantásticas donde se entrecruzan” diversas arquitecturas, jardines, altares, personajes festivos y cotidianos, pájaros y toda forma de vida.
Asegura que el manejo del color es potente y armónico, y su vaivén constituye una sintaxis poética, que ha plasmado en cuarenta años de creación incesante, en los que ha pasado por varios cambios.
Y es que las etapas pictóricas de Betancourt han estado marcadas “por la inquietud”, por una constante búsqueda y metamorfosis: “No me he quedado en el paisaje, que es lo que inicialmente me atrapó”.
“Lo que ha marcado mi trabajo artístico ha sido ese afán de cambio, de visualizar esencias culturales que son parte de mi cultura, pero ponerlas en un código entendible por otros lados: aunar lo mío con las tendencias internacionales”, explicó.
Y bien que lo hizo en su exposición “Ninfas, meninas y la mirada del pintor” (2018), en la que reinterpretó la célebre obra de Velázquez e incluyó paisajes de Ecuador y mariposas multicolor.
Cautivado por la famosa obra de Velázquez, que encierra una compleja composición a partir de su habilidad para usar la perspectiva y la luz, Betancourt extrajo fragmentos del cuadro en los que ofrece una Margarita “picassiana”, otra con aires tropicales y una que muta en planta. Todas colmadas de colores…y silencios.
Porque para Betancourt, el silencio es reflexión y el color, la expresión, los ejes de su obra plasmados ahora en el libro que retrata a un pintor en metamorfosis.