Campeón indiscutido del boxeo sudamericano y argentino, terminó en el tercer puesto del ránking mundial entre 1970 y 1980. Tras su retiro, decidió abrir un gimnasio en la 1-11-14, una de las villas miseria más peligrosas de Buenos Aires, con el objetivo de ayudar a su comunidad.
Se trata de Jesús Romero, que a sus 67 años lleva adelante un gimnasio para sacar a los chicos de la calle y alejarlos de los vicios del narcotráfico asentado en el barrio. Inclusive les brinda un plato de comida y un lugar donde quedarse y asiste a quienes necesitan rehabilitaciones médicas costosas.
La vida en el boxeo empezó cuando tenía nueve años: durante una pelea alguien le dijo que “si no pasaba por el Luna Park no era boxeador”, frase que se le quedó grabada en la cabeza. Al poco tiempo consiguió un boleto para viajar hasta la capital del país, donde está ese templo del boxeo argentino.
Sus padres lo habían dejado al cuidado de su abuela en la norteña provincia del Chaco, a quien le envió una carta, ya en la capital, explicándole que llegó para cumplir su sueño. “Cuando llegué a Buenos Aires los edificios se me caían encima”, le contó Jesús a Efe.
Todo lo que tenía consigo en ese momento era un bolsito y un par de guantes de box, y ni bien pisó la ciudad se ofreció ayudar a un comerciante a trasladar unas bombonas de gas a cambio de comida.
Este primer trabajo lo llevó a una estación de Policía ubicada en el Bajo Flores. Allí contó su historia y el comisario de esa época le prometió darle un lugar donde comer y dormir a cambio de que terminara la escuela y entrenase. Así empezó su carrera.
“Hasta hoy es mi casa, me criaron ellos”, recordó sobre la comisaría.
Con 360 peleas, ocho derrotas y once empates, Romero se retiró invicto del boxeo profesional y en 2009 fundó un gimnasio en el Bajo Flores, el mismo barrio porteño al que había llegado desde el norte.
“MI OBJETIVO SON LOS CHICOS”. Más de 300 personas de todas las edades han pasado por sus rutinas de entrenamiento. Todos los días enseña gratis a niños y adultos de escasos recursos a los que les llama la atención el deporte, han caído en las drogas o necesitan rehabilitación médica.
Cambió sus días dentro del cuadrilátero para pasar a pelear por sacar los chicos de la calle. “Mi objetivo es que el día mañana puedan trabajar, tengan una vida sana, una familia y estudien”, aseguró Jesús.
“Me da más orgullo esto que los títulos y la plata que gané. El dinero se gasta, pero lo que queda son los chicos y es muy lindo sacrificarme por ellos”, agregó.
Uno de sus alumnos es Daniel Soria que, mientras practica golpes rectos a un saco de arena, controla de refilón a los niños para que sigan con las instrucciones de su profesor.
Sentado en una silla de ruedas por culpa de una lesión medular incompleta, no deja de lanzar puñetazos que retumban en la bolsa. Gracias a que entrena diariamente desde hace un año y medio puede mantenerse en pie y caminar por breves periodos de tiempo.
“Al principio solo podía mover los dedos de mis pies. Ahora estoy caminando con andador, la primera vez que estuve parado me cayeron lágrimas”, relató Soria a Efe.
“Me levanto todos los días con ganas de salir de esta silla. Necesito llegar a casa muerto de cansancio, pero haber hecho algo positivo para la rehabilitación”, añadió.
Si bien desea convertirse en boxeador profesional posee talento como instructor: “A veces doy alguna rutina de gimnasia para los más chicos. Noto que me escuchan más a mí que al profesor, ellos me llaman ‘profe’ y me deja muy contento poder enseñarles”, comentó.
Algunas veces es el propio Romero que va buscar a quienes más lo necesitan. Javier Castro, docente de computación en una escuela pública del barrio, sufrió cuatro accidentes cerebro vasculares (ACV) y los médicos le diagnosticaron Esclerosis Múltiple y la enfermedad de Huntington.
Debido a los ACV quedó inmovilizado en su cama. “A partir del momento en que Jesús se enteró fue a buscarme a mi casa e intentó que pueda volver a caminar otra vez”, explicó Castro.
A pesar de la falta de equilibrio, movimientos involuntarios y cortes en el habla, el entrenamiento de Romero lo sacó de la postración y le devolvió su capacidad motriz.
“Durante todo este tiempo tuve muchas recaídas, pero siempre lo tengo a él para recuperarme”, afirmó.
Por medio del boxeo, Jesús trata de devolver al barrio todo lo que recibió de niño. Los vecinos siempre sonríen cuando lo ven dar clases.