Posponer la alarma al despertar —una práctica común entre millones de personas— puede afectar negativamente la salud, el rendimiento cognitivo y el equilibrio del sueño, según especialistas en cronobiología y descanso. El hábito, conocido como “snoozing”, suele producirse en las primeras horas del día, principalmente entre las 05h00 y 07h00, cuando el cuerpo está en una fase de sueño liviano o interrumpido.
Qué ocurre en el cuerpo cuando se pospone la alarma
Aunque puede parecer un alivio temporal, dormir por lapsos de cinco o diez minutos tras la alarma inicial genera un fenómeno llamado inercia del sueño. Este estado fisiológico se caracteriza por una sensación de aturdimiento, lentitud mental y bajo rendimiento que puede durar entre 15 minutos y una hora.
De acuerdo con la National Sleep Foundation, esta inercia ocurre porque el cuerpo reinicia un nuevo ciclo de sueño al volver a quedarse dormido. Cuando ese ciclo se interrumpe nuevamente, el cerebro experimenta confusión y fatiga, lo cual afecta funciones ejecutivas como la memoria, la atención y la toma de decisiones.
Investigadores del Instituto del Sueño de Madrid señalan que este hábito altera el ritmo circadiano —el reloj interno del cuerpo—, dificultando la sincronización entre la luz solar, los niveles hormonales y las funciones corporales esenciales.
Posponer la alarma puede provocar estrés y fatiga
Un estudio publicado en Sleep Health Journal en 2022 reveló que quienes posponen la alarma más de una vez en las mañanas tienden a reportar niveles más altos de estrés, menor concentración y una mayor sensación de fatiga durante el día.
Además, se ha observado que el uso constante del botón de repetición puede reducir la calidad del sueño total, ya que las últimas fases del descanso —REM y sueño profundo— son interrumpidas de forma abrupta. Estas fases son fundamentales para la recuperación mental y emocional.
Los expertos recomiendan que las personas se levanten con la primera alarma para respetar el ciclo natural del sueño y evitar impactos en su salud a largo plazo. Cambiar esta conducta, aunque parezca difícil, puede mejorar significativamente la productividad y el estado de ánimo.
Cómo evitar la necesidad de posponer la alarma
Especialistas en higiene del sueño ofrecen algunas recomendaciones para evitar la tentación de aplazar el despertar:
- Dormir entre 7 y 9 horas cada noche, respetando un horario regular.
- Evitar pantallas al menos 60 minutos antes de acostarse.
- Colocar el despertador lejos de la cama para obligarse a levantarse.
- Mantener una rutina matutina que motive el inicio del día.
- Exponerse a luz natural al despertar, para activar el ritmo circadiano.
Implementar estos cambios puede ayudar a reducir la dependencia de múltiples alarmas y mejorar la salud física y mental en el mediano plazo.
Un hábito cotidiano con efectos acumulativos
Aunque muchas personas consideran inofensivo posponer la alarma una o dos veces cada mañana, los efectos acumulativos de esta acción pueden deteriorar el rendimiento diario, afectar el estado emocional e incluso incrementar el riesgo de trastornos del sueño a largo plazo.
Estudios realizados por la Universidad de Harvard indican que los adultos jóvenes que interrumpen su sueño de forma constante presentan mayor incidencia de irritabilidad, ansiedad y baja motivación. Esto se debe a que el cerebro no logra completar correctamente los procesos de reparación y consolidación de la memoria durante el descanso.
Los investigadores advierten que la calidad del sueño es tan importante como la cantidad, y que posponer la alarma frecuentemente puede ser un indicador de descanso insuficiente o de horarios mal estructurados.
Conclusión: levantarse a tiempo es cuidar la salud
Posponer la alarma puede parecer una estrategia inocente para descansar un poco más, pero está comprobado que interfiere con procesos biológicos esenciales. Adoptar hábitos de sueño saludables y respetar los ciclos naturales del cuerpo es clave para mejorar el rendimiento diario, el bienestar emocional y la salud general.
Para quienes desean mejorar su relación con el sueño, la clave está en priorizar el descanso y diseñar una rutina nocturna consistente, reduciendo estímulos antes de dormir y manteniendo horarios estables.