Miriam, una ambateña que construyó sueños lejos de casa, llegó a Estados Unidos hace una década

Miriam Pacha, migrante de Ambato, lidera con sacrificio un taller familiar en Jacksonville, apoyando a su hermano “El Primo” con resiliencia y esperanza.

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4 minutos de lectura
Foto de 2018, se ve a Miriam, quien llegó a Estados Unidos y poco a poco incursionó en una llantera, para romper con el mito del sexo débil. (Cortesía)
Foto de 2018, se ve a Miriam, quien llegó a Estados Unidos y poco a poco incursionó en una llantera, para romper con el mito del sexo débil. (Cortesía)

Kike Perdomo

Redacción ED.

En Jacksonville, Florida, lejos de las montañas de Ambato donde nació, Miriam aprendió a medir el tiempo no por relojes, sino por sacrificios. Cada jornada empieza temprano, casi siempre antes de que el sol caliente las calles, y termina cuando el cansancio se confunde con la satisfacción de haber cumplido.

Tiene 35 años, y hace una década llegó a Estados Unidos. Hoy tiene la certeza de que fue la decisión correcta, aunque duele la separación con la familia y su país. En Norteamérica ha sabido adaptarse a base de empeño y coraje.

“Hemos estado trabajando juntos y estamos saliendo adelante”, dice Miriam con la serenidad de quien ha estado al pie del taller desde el primer día, un emprendimiento familiar que El Diario manabita ha hecho conocer al mundo.

Vivir lejos de Ambato le enseñó a Miriam a no olvidar lo esencial

Aunque su cuerpo esté en Florida, su manera de hacer las cosas sigue siendo la misma que vio en casa: trabajo callado, manos firmes y palabras pocas. “Yo la agradezco mucho por esta entrevista que nos está dando la oportunidad de darnos a conocer”, dice, y en esa gratitud se adivina todo el camino recorrido.

Porque Miriam, más que una hermana, ha sido el respaldo constante de Clever Aníbal Changoluisa Pujos, conocido en Jacksonville por “El Primo”. Pero si a ella le preguntan, no se pondrá etiquetas. Prefiere describirlo como algo natural, inevitable: “Bueno, vamos a la familia con este emprendimiento…”, comenta, como quien resume años de desvelo en una frase breve.

Su historia en Jacksonville no empezó con celebraciones ni rótulos de “éxito”

Empezó, como casi todas las historias de migrantes, con nostalgia y miedo. Con jornadas largas, aprendiendo a vivir en otro idioma, mientras el corazón seguía pensando en Ecuador. “Soy de Ambato”, repite con orgullo, como quien se aferra a esa palabra para no olvidarse nunca de dónde viene.

Una mujer, muchas gorras: lo que no se ve detrás del éxito de una migrante ecuatoriana en Estados Unidos

Los días se hicieron meses, y los meses se hicieron años. En el camino, Miriam entendió que el trabajo es mucho más que ganarse la vida: es también sostener sueños ajenos, incluso cuando esos sueños parecen demasiado grandes.

Miriam siente satisfacción por el trabajo realizado

Para Miriam Guadalupe Pacha Changoluisa no hay manual para aprender a ser el pilar de alguien. Ella lo hizo sobre la marcha: aprendiendo de cuentas, papeleo, clientes difíciles y jornadas eternas. Pero también aprendiendo a consolar a un hermano cuando el cansancio pesaba más que las ganas. Esa parte no sale en las fotos ni en los vídeos. Pero Miriam sabe que sin ella, nada de esto habría sido posible.

El barrio donde vive puede que no huela a frutas frescas como su tierra, pero huele a algo igual de profundo: a familia, a promesas cumplidas. En cada neumático vendido, en cada cliente satisfecho, hay un fragmento de la historia de Miriam que nadie ve. Esa historia que no necesita aplausos, porque ella misma sabe lo que costó llegar.

Un negocio que se alimenta de la esperanza

Hoy, cuando le mencionan la nueva llantera de “El Primo”, de la que también se siente parte, Miriam asiente sin aspavientos. Porque no es el taller ni las máquinas lo que la define, sino haber estado siempre: desde el primer tornillo hasta el día de hoy.

Detrás de cada negocio que prospera, siempre hay alguien que creyó incluso cuando nadie más lo hacía. En la historia de “El Primo”, esa persona tiene nombre: Miriam. Y aunque ella nunca lo diga en voz alta, basta mirarla para entender que, en realidad, ella también levantó mucho más que llantas: levantó la esperanza de toda una familia lejos de casa. (04)

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