Todos en esta vida tenemos miedo a algo. El miedo es una de las emociones más básicas del ser humano. Mi miedo de niña radicaba donde vivía: la casa Hogar de Cristo. Era una casa de caña con pilares de madera altos y delgados. Ya les he contado antes de esta casa, y que además se movía al caminar. Siempre tuve miedo de que esa casa se cayera. Rogué a diario que las cosas mejoraran para cambiar de hogar. Nunca nos caímos y finalmente la casa fue derrumbada. Mi miedo de adolescente era morir. Morir trágicamente y que los planes que tenía se quedaran en el olvido. Quería ser eterna, quería ser Mumm-Ra. Pensando en los miedos a estas alturas de mi vida se me ocurren tres cosas: los grillos, el hueco negro al que siempre me caigo en sueños y perder la memoria en la vejez. Tengo muy mala memoria a los 30; no quiero ni imaginar qué cosas no recordaré a los 50. El miedo es necesario para vivir. Dicen que de los temores se aprende, que te hacen más fuerte, que te enseñan a crecer; yo creo que son como una puerta tridimensional que siempre está abierta. Esperando.
