Masajistas de la 3 de Julio sanan dolores y estrés con sus manos



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Detrás de una cortina se escucha como si un hueso humano se fracturara.
Alguien emite un gemido por la sacada de esas ‘cuerdas’ y acto seguido dice: “¡ay, qué rico!”.
En la carpa el olor a mentol, loción y cremas se vuelve intenso y se esparce fácilmente en esta zona de Santo Domingo.

Las palmadas en el cuerpo suenan varias veces y ahora el placer del cliente se siente en las exhaladas, que son cortas y espaciadas a ratos.
Afuera dicen que llegó con el corazón latiendo a mil y muy tenso.

El bullicio de quienes transitan por la vía peatonal 3 de Julio llega hasta el cubículo, dotado de camillas, telas que parecen persianas, estantes y unas cuantas sillas de plástico.

Hay dos ‘consultorios’ en el interior. El piso es de tablas y las paredes de lona. ¿Y es posible relajarse en medio de tanto ajetreo? -usted entra y se aísla totalmente, se olvida de todo lo que pasa en el exterior- responde Daniela Bravo y sigue alentando a más personas para que se animen a una terapia.
Se siente un intenso calor y una pequeña máquina, que emite un suave voltaje de corriente eléctrica, hace su trabajo.
Avanza haciendo oscilaciones por toda la espalda del hombre, como cual agujas puyando en zigzag.  
La cortina se abre para la foto y ahora se observa a detalle toda la operación.

La lumbar del ‘paciente’ que atiende Cintia Gómez, masajista con más de una década en el oficio al aire libre, luce brillante.
Sus dos pulgares se ruedan suavemente hacia el área de los pulmones, provocando más satisfacción en la amplia área del joven.
Él le pide que presione más en la parte derecha, un poco más abajo del hombro. Le cuenta que ahí siente que tiene una pequeña concentración de estrés, que se asemeja a una pequeña bola muy dura y rígida.

Gómez empuña su mano derecha y enseguida realiza un movimiento circular y con una fuerte presión por todo el espacio, tal y como se lo hace con una piedra para moler verde.
La terapia consiste en quitarle la carga de estrés y descontracturar todo lo que el cliente no ha podido hacer por su cuenta o lo que no pudieron liberarle en otro sitio.  
Confió en el trabajo de las masajistas de la peatonal 3 de Julio, que tienen fama de ser profesionales hechas con base en lo que aprendieron en la calle.
Ahí la palabra fisioterapista no tiene cabida, pero en los rótulos de las carpas se ofertan trabajos que están ligados con esa profesión y otras de la medicina.
En grandes letras resaltan las terapias: para la columna, masajes relajantes, drenajes linfáticos, desintoxicación iónica, baños de cajón, etc.

El inicio. Hace 17 años las masajistas se instalaron en los alrededores del parque Joaquín Zaracay de Santo Domingo.
Atendían por todos los espacios comunes para los peatones y cerca al Municipio.

Los torsos descubiertos de hombres y a veces de mujeres, sentados en sillas, formaban una galería entre el millar de transeúntes.
Brillantes con el resplandor del sol, las espaldas fueron por años el ‘lienzo’ perfecto que moldearon el actual vigor de las ‘mágicas’ manos de estas féminas.

Pero en la ciudad se organizó el ornato y el cambio implicó que ellas salieran de su tradicional ‘consultorio’. Las autoridades les ofrecieron una alternativa entre las calles Tulcán e Ibarra, donde trabajan hasta ahora, aunque no al ritmo de los buenos tiempos.
Están en cinco carpas en las que laboran en grupos de dos o tres y que acogen a diario entre 15 y 20 clientes.

En la época fuerte iban el doble. “Venga, le damos un buen masaje, le quitamos hasta la última cuerda o el estrés del confinamiento”, pregonan las ‘especialistas’, al paso de los compradores.

Las historias que forjaron las mujeres masajistas aún son una novedad y un imán para atraer clientes.
Margarita Daza, una de las pioneras en el oficio, cuenta las anécdotas que siguen calando fuerte en los pasadizos de su zona de trabajo. “Aquí nos han dicho de todo y hasta en doble sentido. Que camuflamos esto para hacer cosas inmorales o que si damos final feliz, nos preguntan a veces”, refiere.

Es un trabajo digno y pues si alguien necesita de eso que pide, aquí cerca están las chicas que atienden en ese sentido, interrumpe Roxana Martínez.
Se refiere al grupo de trabajadoras sexuales llamadas ‘Las Barbies’ y que laboran en esos alrededores.
Ella es oriunda de Caracas, Venezuela, y hace tres años se integró a una de las cinco carpas para los masajes.
Conocía un poco sobre estas destrezas, pero acá tuvo maestras que le enseñaron los viejos trucos del oficio.
Aprendió a reconocer cuando una espalda queda lista, tras la terapia.

Con solo ver que está muy concentrada con un color rojizo se sabe que el cliente no necesita más.
Una sesión puede durar entre 20 y 30 minutos.
El costo del trabajo es de 5 dólares, aunque hay clientes que solo necesitan de una intervención ligera y pagan hasta $ 2.
La intervención comienza desde la cadera. Las palmas de las manos pasan por los costados de la columna hasta llegar al cuello.

Luego se empieza nuevamente desde abajo, esta vez para tocar los nódulos de la vértebra. Finalmente el paciente se levanta de la camilla y deja caer su cuerpo sobre el pecho de la masajista.
Entonces le giran el cuello de derecha a izquierda y es cuando suena hasta la cuerda que no se esperaba.

A continuación se llevan los brazos al pecho y un jalón hacia atrás termina de quitar alguna contracción que se escapa. La masajista termina exhausta, con sudor, pero con las energías necesarias para seguir quitando el estrés.



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