El USS Indianapolis, buque de guerra estadounidense, fue hundido por un submarino japonés el 30 de julio de 1945 cerca de Filipinas, tras completar una misión secreta que consistía en transportar los componentes de la bomba atómica Little Boy. El ataque dejó a cerca de 900 hombres a la deriva durante cuatro días sin comida ni agua potable, expuestos al sol, la sed, y ataques constantes de tiburones.
Una misión secreta en tiempos decisivos
El 16 de julio de 1945, el USS Indianapolis zarpó del puerto de San Francisco, Estados Unidos, con una carga clasificada: componentes esenciales de la bomba atómica Little Boy, destinada a ser lanzada sobre Hiroshima. Su destino era la isla de Tinian, en las Islas Marianas, una base estratégica clave en el Pacífico.
El barco, sin escolta y con motores recién reparados, navegó a máxima velocidad para mantener el secretismo de la misión. Tras cumplir su cometido, partió hacia Leyte, Filipinas, para unirse a las fuerzas aliadas que se preparaban para la invasión de Japón. Sin embargo, la operación culminaría en tragedia solo días después.
El ataque: un torpedo letal al USS Indianapolis
La noche del 30 de julio de 1945, con visibilidad reducida por la niebla, el capitán Charles B. McVay III ordenó dejar de navegar en zigzag —táctica defensiva contra submarinos— para aumentar la velocidad. Esa decisión permitió al submarino japonés I-58, comandado por Mochitsura Hashimoto, lanzar un ataque.
Dos torpedos impactaron en el costado del USS Indianapolis. El barco se partió en dos y se hundió en apenas 12 minutos. De los 1.196 tripulantes a bordo, alrededor de 900 sobrevivieron al hundimiento, la mayoría sin chalecos salvavidas ni equipos de comunicación.
Supervivencia entre tiburones y alucinaciones
Los marineros pasaron cuatro días a la deriva en condiciones extremas. Sin agua ni comida, fueron víctimas del sol abrasador de día y el frío intenso por la noche. El agua salada y la desesperación provocaron alucinaciones entre algunos de los náufragos. “Uno de ellos me dijo que veía una fuente de agua dulce en el fondo del océano. Se zambulló y nunca volvió a salir”, relató Harold Bray, uno de los supervivientes.
Lo más temido llegó con el amanecer: tiburones punta blanca oceánicos comenzaron a rodear a los grupos de hombres. Los sobrevivientes intentaban mantenerse unidos, formando círculos defensivos, pero los ataques eran constantes. “Veías a alguien junto a ti y al segundo ya no estaba”, contó Edgar Harrella a la BBC.
Heroísmo en medio del horror en el mar
A pesar de las condiciones, hubo actos de valentía notables. El capellán Thomas Conway nadó entre los grupos de sobrevivientes, brindando apoyo moral hasta que fue atacado por un tiburón. El médico del barco, Lewis Haynes, cuidó a los heridos durante los cuatro días, utilizando lo poco que tenía a su disposición.
La Marina de EE.UU. no sabía que el USS Indianapolis había sido hundido. El rescate comenzó de manera fortuita el 2 de agosto, cuando un avión, un Lockheed Ventura divisó una mancha de aceite en el océano. Al acercarse, descubrió a los hombres flotando y envió un mensaje de auxilio.
Rescate aéreo arriesgado
Un hidroavión Catalina PBY pilotado por el teniente Adrian Marks desobedeció órdenes y amerizó para rescatar a los náufragos. Cargó a decenas de sobrevivientes en su interior y ató a otros a las alas del avión con cuerdas. El avión no pudo volver a despegar, pero mantuvo con vida a 56 hombres hasta la llegada del destructor USS Doyle.
En total, solo 316 de los 1.196 tripulantes sobrevivieron. Entre los 900 que escaparon del hundimiento, entre 500 y 600 murieron por heridas, deshidratación, delirio o ataques de tiburones.
Redescubrimiento del buque y legado histórico
El 19 de agosto de 2017, una expedición financiada por el cofundador de Microsoft, Paul Allen, encontró los restos del USS Indianapolis a 5.500 metros de profundidad en el mar de Filipinas. El hallazgo ayudó a preservar la memoria de uno de los peores desastres navales en la historia militar de Estados Unidos.
El caso también tuvo consecuencias institucionales. El capitán McVay fue juzgado y condenado por no haber zigzagueado antes del ataque, aunque fue exonerado post mortem en el año 2000, tras nuevas evidencias y testimonios que lo absolvieron de la culpa directa en el hundimiento. (10).