Héctor Lavoe: La voz de la salsa que aún retumba en cada esquina

Héctor Lavoe transformó su dolor en música y dejó una huella imborrable en la salsa. A más de tres décadas de su muerte, su voz sigue viva en cada rincón donde exista un latinoamericano.

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“El cantante”, ícono de la música latina para el mundo, murió el 29 de junio de 1993 luego de una existencia intensa, pasional y trágica.
“El cantante”, ícono de la música latina para el mundo, murió el 29 de junio de 1993 luego de una existencia intensa, pasional y trágica.
“El cantante”, ícono de la música latina para el mundo, murió el 29 de junio de 1993 luego de una existencia intensa, pasional y trágica.
“El cantante”, ícono de la música latina para el mundo, murió el 29 de junio de 1993 luego de una existencia intensa, pasional y trágica.

Freddy Solórzano

Redacción ED.

Freddy Solórzano

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Primero subió a un escenario y creyó que era su lugar. Fue hermoso mientras duró. Dejó el teatro... Ver más

Cuentan que en su último concierto con la Fania All-Stars, Héctor Lavoe apenas pudo cantar cinco minutos. Ya no quedaba nada del “Cantante de los Cantantes”. Ante esa evidencia, Johnny Pacheco lloró; Cheo Feliciano, también. Ray Barretto se inclinó sobre sus congas con dolor. Fue “la noche en que Lavoe cantó en silencio”. Y, aun así, todos aplaudieron.

Es sábado por la noche y, en algún bar suena «Periódico de ayer» y, de pronto, todo se detiene. Porque nadie canta salsa como Héctor Lavoe. Te puede gustar mucho o poco, pero —repito— nadie canta como Lavoe. Treinta y dos años después de su muerte, su voz sigue viva, retumbando.

Su voz sigue presente

Lavoe nunca se fue. Porque, mientras haya una esquina con música, una abuela que limpie escuchando «Todo tiene su final», o un taxista que grite “¡Sube el volumen, que ese es Lavoe!”, él seguirá cantando.

Héctor Juan Pérez Martínez nació en Ponce, Puerto Rico, pero en el barrio ya era Lavoe antes de tener apodo. A los 16 años agarró una maleta, desobedeció a su papá y se fue para Nueva York con el corazón lleno de canciones y los bolsillos medio vacíos. Limpiaba pisos, cargaba maletas, entregaba mensajes, hasta que un día lo escuchó Johnny Pacheco y se armó el revulú: lo unió con Willie Colón y juntos crearon una bomba de salsa que nadie pudo apagar.

El dúo era dinamita. Lavoe tenía la voz aguda, el soneo callejero, y Willie traía los trombones afilados. «Che che colé», «Calle Luna, Calle Sol», «El día de mi suerte»… Cada canción era un pedazo de barrio, de vida dura, de alegría con lágrimas escondidas. Porque, si alguien sabía disfrazar el dolor con ritmo, era él.

Pero la vida de Lavoe era otra cosa. El escenario era brillo, pero detrás había sombra. En 1987, todo se le vino encima: se incendió su casa, mataron a su suegra y su hijo, Héctor Jr., murió por un disparo absurdo, de esos que nunca deberían sonar. A un amigo de su hijo se le escapó un disparo. Luego vino el diagnóstico de VIH, y la caída fue en picada con las drogas. Intentó quitarse la vida desde un noveno piso.

El cuerpo de Héctor Lavoe cayó desde el noveno piso e impactó sobre la plataforma de aluminio del sistema de aire acondicionado del hotel, sufriendo fracturas en prácticamente todo su cuerpo, pero sobrevivió. Aunque, como dijo alguien, sobrevivir no es lo mismo que vivir.

Héctor Lavoe y su clásico

Héctor Lavoe pasó a la inmortalidad con su tercer disco, Comedia (1978), que incluye su tema más popular: “El cantante”, cuya letra fue compuesta por Rubén Blades. “Me alegra que la haya grabado él y no yo”, dijo el panameño una vez. “Le dio un tono de honestidad y sinceridad que yo no hubiera podido dar porque no estaba atravesando los problemas de él en ese momento”.

En 1992, dio su última entrevista en un cuarto triste de Queens. Apenas hablaba, pero todavía decía cosas como: “Quiero irme ya, pa’ ver a mi hijo”. Fue una grabación de dos horas en la que Lavoe apenas podía hablar. Solo se transmitieron seis minutos en un programa de televisión. Era un hombre roto que alguna vez había llenado estadios. Un año después, murió. Algunos dicen que murió dos veces: cuando perdió a su hijo y cuando su voz no pudo más.

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