John Nash no solo fue un matemático excepcional. Fue, sobre todo, un superviviente. La película Una mente brillante, dirigida por Ron Howard y protagonizada por Russell Crowe, nos adentra en los rincones más profundos del genio y de la fragilidad mental. Una historia real que va más allá de los teoremas: se convierte en una lección de vida, amor y resistencia.
Todo comienza en 1947, cuando Nash llega a la universidad de Princeton con una beca bajo el brazo y una mente que ya destellaba genialidad. Su mundo es numérico, abstracto, silencioso. Es un joven solitario, brillante, obsesivo, incapaz de conectarse con los demás, y mucho menos con los códigos sociales. Para él, las matemáticas no solo son ciencia: son un lenguaje absoluto, la única forma de comprender el universo.
La relación en Una mente brillante
Crowe da vida a Nash con una mezcla de contención y vértigo emocional. Su interpretación conmueve cuando el personaje intenta relacionarse con mujeres de forma torpe, directa, casi mecánica, arrancando reacciones que oscilan entre la burla y la violencia. Estos momentos, lejos de ser meras anécdotas, revelan una profunda incomprensión de las normas sociales que sugiere rasgos propios del síndrome de Asperger.
Nash no carece de inteligencia; simplemente tiene otras inteligencias menos desarrolladas: la interpersonal, la emocional, la lingüística. Su capacidad lógico-matemática, en cambio, roza lo sobrehumano. La teoría de juegos que desarrolló —el célebre “equilibrio de Nash”— cambiaría la economía, la política y hasta la biología. Pero antes de alcanzar el Nobel, Nash caería en un abismo del que pocos regresan: la esquizofrenia.
Las alucinaciones que lo persiguen
La película retrata de forma intensa y sensible las alucinaciones que lo persiguen: un compañero de cuarto inexistente, misiones gubernamentales secretas, mensajes ocultos entre líneas de revistas. Nash se convierte en una víctima de su mente, atrapado entre realidades paralelas que lo empujan al borde del colapso.
Su ingreso al hospital psiquiátrico marca el inicio de una lucha titánica. Medicado, recluido, humillado. Su esposa, Alicia, interpretada con ternura y firmeza, se convierte en su ancla, en su puente con el mundo real. A pesar de la separación, ella lo acoge nuevamente en casa junto a su hijo, en un acto de amor que, posiblemente, le salvó la vida. Nash, sin medicación, decide enfrentar sus demonios a través del pensamiento racional: deja de escuchar a las voces. No porque desaparezcan, sino porque aprende a ignorarlas.
El reconocimiento mundial
Su mente sigue trabajando, brillando, contribuyendo. En 1994, le otorgan el Premio Nobel de Economía por aquella tesis escrita a los 21 años que reformuló el análisis estratégico para siempre. La película, que arrasó en taquilla y obtuvo cuatro premios Óscar, es también una poderosa reflexión sobre la salud mental. Denuncia, sin subrayados, la invisibilización del sufrimiento psíquico y pone en valor la resiliencia, el apoyo familiar y la capacidad humana de reinventarse.
El último acto de la historia real, que no se cuenta en la película, tiene el tono trágico de una ironía del destino. En 2015, Nash y Alicia fallecieron en un accidente automovilístico. Ninguno llevaba el cinturón de seguridad. Él tenía 86 años, ella 82. Un final absurdo para una vida monumental. Una mente brillante es el testimonio de cómo incluso en la oscuridad más profunda, puede brotar la luz de la comprensión, del afecto y del genio humano.