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Wilson tiene 48 años de edad y 26 de ellos siendo esclavo del alcohol y las drogas. Pese a tener una casa prefería dormir en las calles.
Desde hace cinco meses comparte un cuarto con otras cinco personas. Todos con un pasado similar.
El hombre es parte de la casa de acogida de la Fundación Funcris liderada por Paúl Puel. Allí comparten terapia 29 personas, la mayoría de ellos fueron rescatados de las calles.
La Biblia es el principal instrumento para curar el alma de estos seres que algún día fueron ‘desechables’.
Wilson dice convencido que allí “Dios ha levantado su autoestima” y ha “salvado su alma perdida”.
Él pasó por siete clínicas de tratamiento de adicciones y sostiene que en todas ellas el golpe y los castigos son la estrategia para los adictos. Ninguna de ellas logró cambiar su vida.
La palabra de Dios ha logrado cambiar a unas 500 personas que han conocido a Paúl, su compañera Amparito Torres y su obra.
Uno de los últimos es Marco, un hombre adicto a la ‘coca’ que llegó voluntariamente a la casa.
Paúl cree firmemente que no existe cura para las adicciones, pero asegura que la fe sí las logra superar. Y lo dice porque lo ha vivido en carne propia.
Él pasó 25 años consumiendo drogas y estuvo 37 veces preso. Hoy es un siervo de Dios.
Su testimonio es una prueba de que la ayuda de Dios es real. “Yo no lo veo como un negocio, como lo ven las clínicas al sufrimiento de la familia, que prometen que los chicos cambien a cambio de dos mil dólares en tres meses. En tres meses no cambia nadie. Este es un proceso que da resultados cuando aplicamos el plan BOA (Biblia, Oración y Ayuno) en nuestra vida”, relata convencido.

Desde el 2019, Puel ha rescatado a más de cincuenta personas de las calles. Él y otros adictos recuperados llegan y les preguntan si quieren salir de ese mundo.
Ese es el punto de partida de un proceso que no se puede hacer sin la fuerza de voluntad.
Tres de ellos se han convertido en líderes de la casa de acogida y se encargan de mantener todo en orden cuando Paúl se ausenta.
Uno de ellos es Jesús, quien estuvo al borde del suicidio y la demencia y ahora es el ‘chef’ de la fundación.
Además de eso pinta cuadros que pone a la venta con el objetivo de obtener ingresos para mantener la casa de acogida.
Atrás quedaron los días en los que recorría las calles de El Paraíso hurgando entre la basura.
Sus “hermanos” también hacen hamacas con el mismo fin de ayudar.
El sitio en el que funcionan ya se está quedando pequeño por lo que esperan mudarse a otro lugar.
Puel tiene la esperanza de que el Municipio le ayude a gestionar los trámites para ocupar alguna escuela abandonada.
Por lo pronto seguirá cambiando vidas a través de una cura cuyo principal ingrediente es la fe.