Las balas de los sicarios no solo llevan a cuesta vidas de personas, sino que también condenan a niños a la orfandad.
Algunos han sido testigos de los asesinatos de sus padres. A otros, sus familiares los llevaron a las escenas criminales y han visto lo ocurrido.
Eso pasó en el crimen de Ronny Piguave, un mecánico asesinado el 6 de agosto, en la calle 319 del barrio Cuba.
Eran dos niñas, de unos 8 y 12 años, las que entre gritos atravesaban el tumulto de personas que presenciaban la escena del crimen.
Las dos forcejeaban con sus familiares para llegar hasta el cuerpo.
Era su papá. La mayor llegó hasta detrás de la cinta que separaba a los mirones y gritó con fuerza: “¡Papá!”, mientras apretaba la cinta.
La otra seguía forcejeando.
Alguien dijo que no las dejen acercarse, porque eso podría causarles un trauma.
Las dos niñas fueron tomadas en brazos y las alejaron del lugar, pero ellas no dejaban de llorar por su padre.
Niños en la orfandad
Para la psicóloga Lisbeth Párraga, si un niño presencia el crimen de su progenitor es muy probable que sufra un trastorno por estrés postraumático, es decir que los niños van a revivir constantemente lo ocurrido.
Para la profesional, no solo esto los afecta, sino también todo lo que viene después, como el saber con quién se van a quedar ahora que son huérfanos, o la carga emocional que generan comentarios de los vecinos de las causas del crimen.
“Todo esto los va a afectar, casi que para siempre, y por eso deberían tener apoyo sicológico continuo”, dijo Párraga.
De eso se encargan instituciones como la Junta Cantonal de Derechos, que solo este año ha prestado asistencia a nueve niños huérfanos producto del asesinato de sus padres.
En esta institución, en los dos últimos meses, atendieron cuatro casos, de niños y adolescentes, y en la asistencia sicológica se incluyeron a familias de acogida.
Aunque la Junta Cantonal presta ayuda a los niños, en la ciudad no existe un organismo que lleve estadísticas sobre cuántos huérfanos ha dejado el crimen organizado en el distrito de Manta, Montecristi y Jaramijó.