El olor a madera fresca, recién cortada, se percibe desde la calle. Justo en la entrada hay algunos muebles, como muestra de todos los artículos de palet que ‘cobran vida’ en el taller que Carmen Rosa Espinal y su esposo, Armando Leal, en Santo Domingo.
Ahí han trabajado artesanos y ayudantes ecuatorianos y venezolanos, que han llegado en busca de ayuda para subsistir.
Clientes de la ciudad y de otras provincias decoran sus negocios y patios con los muebles que confecciona esta pareja, que eligió la tierra tsáchila como su nuevo hogar.
Cuando llegan pedidos grandes, se les llena todo el patio con materiales y no tienen espacio prácticamente ni para caminar, según cuentan.
Son días en los que, aseguran, se sienten bendecidos por Dios. Aun así, el temor de Carmen de que llegue el momento de irse y dejarlo todo atrás, aún sigue ahí.
Así debió hacer cuatro años atrás, cuando decidió abandonar Venezuela, donde por 40 años residió con su familia.
Las largas filas por comida y aseo personal; el día que vio a un hombre comiéndose a un perro muerto; el crimen de cinco personas que le tocó presenciar a causa de la delincuencia; la falta de oportunidades y la imposibilidad de llevar una vida tranquila, impulsaron a Carmen a abandonar Venezuela.
Los primeros en irse fueron los nietos, llegaron a Colombia.
La ausencia de ellos, confiesa la mujer de 63 años, fue bien difícil de asimilar.
Tiempo después ella los siguió y llegó a Cali, donde permaneció poco tiempo, pues la realidad también la golpeó bastante fuerte.
Después de eso, Ecuador surgió como el país de destino, donde empezarían de cero para seguir ayudando a la familia.
La primera parada de Carmen y su esposo en suelo ecuatoriano fue en Quito. Luego llegaron a Santo Domingo, donde recibieron la asesoría de Hias, institución no gubernamental que ayuda a los migrantes y personas en situación de movilidad.
Como parte de los proyectos de esa entidad, tuvieron capacitaciones que les permitieron a ambos acceder a un crédito, imprescindible para iniciar en la carpintería.
Detrás de los logros de los últimos años de Carmen, hay una vida llena de obstáculos, todos franqueados con la fe en Dios.
Siendo joven, con 23 años, murió su madre y se quedó con su papá, cuidándolo y apoyándolo en todo.
Después perdió a uno de sus hijos. Años más tarde falleció su primer esposo, con el que tuvo 26 años de matrimonio.
Ha vivido de cerca otros golpes de la vida, que prefiere mantener en silencio, pero que le llenan los ojos de lágrimas cada vez que los evoca.
Cada mañana se levanta, prepara café para ella, su esposo y los empleados. También les cocina almuerzo y ellos aseguran que se sienten como en familia cuando llegan a trabajar.
Con ese mismo ánimo fabrican los muebles de palet, que actualmente decoran locales de la ciudad y del Ecuador.