La muerte del Papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio), ocurrida el 21 de abril del 2025, a los 88 años, marca el inicio de un solemne proceso de sucesión en la Iglesia Católica.
Este período, conocido como Sede Vacante, activa un protocolo milenario que incluye el luto oficial, el funeral y la convocatoria al cónclave. En la Capilla Sixtina, cardenales menores de 80 años elegirán al nuevo Papa mediante votación secreta, buscando un líder que continúe o redefina el legado de Francisco.
El proceso de elección del nuevo Papa: ritual milenario bajo estrictas reglas
Tras la muerte de un Papa, el decano del Sacro Colegio Cardenalicio reúne a los cardenales menores de 80 años, quienes tienen derecho a voto. El cónclave (reunión para elegir a un nuevo Papa) inicia 15 días después de la vacante (fallecimiento de Francisco), aunque puede retrasarse hasta 20 días. Esta norma asegura una transición ordenada. Los cardenales viajan a Roma para participar en este evento crucial.
En el cónclave, los cardenales deben permanecer aislados, sin contacto externo, hasta elegir al nuevo Papa. La prohibición de comunicación garantiza la confidencialidad del proceso. Este aislamiento refuerza la seriedad de la elección. Cada cardenal jura mantener el secreto, preservando la integridad del ritual.
Votación del cónclave en la Capilla Sixtina
La elección del nuevo Papa ocurre mediante votación secreta, el único método vigente tras eliminarse la aclamación y el compromiso. El cónclave comienza con una misa en la Basílica de San Pedro, seguida de una procesión a la Capilla Sixtina. Allí, los cardenales inician el proceso de selección.
Cada cardenal recibe una boleta donde escribe el nombre de su candidato bajo la frase “Eligo in Summen Pontificem” («Elijo como sumo pontífice»). Luego, deposita su voto en un cáliz, siguiendo el orden de antigüedad. Los cardenales no pueden votarse a sí mismos, y los votos se cuentan públicamente.
El camino hacia los dos tercios
Para convertirse en Papa, un cardenal necesita dos tercios de los votos del cónclave. Si nadie alcanza esta mayoría, se realiza otra votación el mismo día. La exigencia de una mayoría cualificada asegura un consenso amplio. Este requisito distingue la elección papal de otros procesos electorales.
Si no hay ganador, el cónclave continúa con cuatro votaciones diarias durante el segundo y tercer día. Al cuarto día, los cardenales pausan para orar y debatir, retomando luego hasta siete rondas más. En 2007, el papa Benedicto XVI reafirmó la necesidad de dos tercios, revirtiendo una regla previa de Juan Pablo II. Esta decisión fortaleció la tradición del consenso.
El día de descanso y la persistencia
Cada tres días sin elección, los cardenales toman un día de descanso para reflexionar y orar. Este paréntesis fomenta el diálogo y la búsqueda de acuerdos. La regla de los dos tercios permanece inalterable, garantizando que el nuevo papa cuente con un respaldo sólido. El cónclave prosigue hasta alcanzar un resultado.
La historia demuestra que los cónclaves pueden extenderse, pero la estructura actual limita las rondas de votación. La combinación de votaciones intensas y pausas estratégicas equilibra la urgencia con la deliberación.
El humo como señal al mundo
La confidencialidad del cónclave es absoluta: nadie fuera puede conocer los detalles. Juan Pablo II prohibió en 1996 dispositivos de grabación, y técnicos revisan la Capilla Sixtina para evitar filtraciones. Quienes violen esta norma enfrentan “sanciones”. Esta estricta vigilancia protege la santidad del proceso.
Tras cada ronda de votaciones, las boletas se queman en un horno. Si no hay Papa, una sustancia química produce humo negro, señalando al público la falta de acuerdo. Cuando se elige al nuevo Papa, el humo blanco anuncia la noticia. Este sistema comunica el resultado sin romper el secreto del cónclave.
El anuncio del nuevo Papa
El cardenal ganador debe aceptar su elección para validar el resultado. Luego, escoge su nombre papal, un símbolo de su nueva misión. El cardenal más longevo proclama la noticia desde la Plaza de San Pedro, en Roma, donde miles se congregan. El nuevo Papa aparece para bendecir a la multitud, marcando el inicio de su pontificado.
Este ritual, cargado de simbolismo, conecta a la Iglesia con sus fieles. La elección del Papa trasciende lo institucional, uniendo a millones en un momento de esperanza. El cónclave, con sus reglas y tradiciones, asegura que el proceso sea ordenado y sagrado. Así, la Iglesia Católica perpetúa su legado milenario.