“Juan”, nombre protegido por seguridad, es un experimentado taxista con más de 20 años de servicio en Portoviejo fue víctima de un intento de asesinato. Ha vivido muchas historias en la calle, pero ninguna tan intensa como la que casi termina con su vida por un caso de identidad equivocada.
Aquel día, la demanda de carreras era baja. Cuando ya pensaba en regresar a casa, una joven de aspecto atractivo le hizo una seña en la terminal terrestre. Ella le pidió que pasara por su pareja antes de llevarla a la parroquia San Pablo.
El taxi avanzó entre el tráfico de la calle Pedro Gual, donde se subió un hombre robusto, de semblante serio. Él le indicó una dirección que, sin que Juan lo supiera, era una trampa.
Al llegar a la calle 20 de Julio, todo cambió. El pasajero sacó un arma de fuego y lo golpeó brutalmente. Desde el asiento trasero, la mujer lo atacó con un cuchillo. “Así pagas piso”, le gritó el agresor, mientras lo golpeaba sin compasión.
Lo obligaron a detenerse. Luego lo metieron a la cajuela y condujeron hacia una zona rural de la parroquia San Plácido. En ese lugar apartado, lo torturaron física y psicológicamente, al borde de la muerte.
Cuando se iba a perpetrar el intento de asesinato su cédula lo salvó
Justo cuando uno de ellos se preparaba para dispararle, otro lo llamó por un nombre que no era el suyo. Juan aprovechó el momento para pedir que revisaran su cédula. Les explicó que estaban equivocados. Los sicarios comprobaron los datos y vieron que decía la verdad.
“Te salvas por esta vez”, le dijo uno, antes de dejarlo libre. El taxista, aún en shock, logró regresar manejando hasta el sector del estadio Reales Tamarindos, donde pidió ayuda. Al bajarse del taxi, se desmayó por el dolor y el trauma sufrido.
Pasó un mes encerrado, sin querer hablar ni salir de su casa. El miedo lo paralizaba. A pesar del tiempo, no lograba asimilar lo que vivió. Lo que parecía una historia de película se convirtió en su peor pesadilla.
Un mes después, el destino volvió a sorprenderlo. Mientras compraba en un local por encargo de su madre, reconoció a uno de sus agresores. El hombre no lo atacó, pero le mostró una fotografía de quien supuestamente debía morir: era casi idéntico a Juan.
“Ese hombre tiene precio por su cabeza. Si no fui yo, puede ser otro. Córtate el cabello, baja de peso. Cuídate”, le advirtió.
Para evitar un asesinato tuvo que cambiar su aspecto físico
Desde ese día, Juan comenzó una dieta estricta. Perdió 50 libras en dos meses, más por miedo que por voluntad. También cambió su peinado y su forma de vestir. Sabía que cualquier pequeño detalle podía marcar la diferencia entre vivir o morir.
Hoy, Juan continúa trabajando como taxista, pero toma muchas más precauciones. Ya no recoge pasajeros en zonas solitarias ni acepta carreras largas sin referencias claras. Cada vez que pasa por San Plácido, un escalofrío le recorre el cuerpo.
Afirma que cada mes de mayo celebra su “segundo cumpleaños”. Asegura que volvió a nacer aquel día en que su cédula le salvó la vida. Aunque no olvida lo que ocurrió, ha aprendido a seguir adelante, con temor pero también con gratitud.
“Mi peor enemigo fue mi propio rostro. Pero si me salvé una vez, no pienso tentar más la suerte”, reflexiona Juan, mientras enciende su taxi y se prepara para un nuevo día de trabajo, con la esperanza de que nunca vuelva a cruzarse con la muerte.
