Francisco Huerta Montalvo, hombre de intachable pedigrí, notable inteligencia y reconocida honestidad, fue ante todo un patriota.
Por eso, el expresidente Correa le solicitó que conformara la comisión que investigó los hechos relacionados con el bombardeo del Ejército colombiano a una base de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) establecida en la localidad ecuatoriana de Angostura en marzo de 2008.
En su informe, entregado en diciembre de 2009, la comisión investigadora señaló una serie de hechos conexos de preocupante connotación para el país. Huerta dijo entonces que Ecuador corría el riesgo de convertirse en una “narcodemocracia”, ya que detectaron que había cierta penetración del narcotráfico en las instituciones del Estado.
Una afirmación temeraria e infundada, señalaron con virulencia varios funcionarios del Gobierno, mientras demandaban por injurias a la comisión. El presidente Correa negó los hechos y dijo sentirse desilusionado de aquel informe de disparatadas conclusiones. En ese entonces, las autoridades y el pueblo, envueltos en un romance idílico sustentado en bonanza petrolera y mercancía china, decidieron hacer de cuenta que no pasaba nada. Hoy sufrimos las consecuencias del sospechoso negacionismo de la década pasada y la negligente omisión culposa de los gobiernos que les sucedieron en el poder.
¿Qué es un narcoestado? Para el diccionario Oxford es “un Estado cuyo Gobierno, poder judicial y militar han sido infiltrados por cárteles de la droga, o donde el tráfico ilegal de drogas está dirigido de manera encubierta por elementos del Gobierno”. ¿Les parece familiar? ¿Verdad que sí? Para reforzar el innegable parecido de dicha definición con nuestra realidad, cabe nada más atender las conclusiones de muchos expertos en la materia, o leer un reciente reportaje sobre Ecuador de la afamada revista The Economist titulado “Un viaje por el nuevo narcoestado del mundo”.
Pancho Huerta murió con la tristeza de que nadie tomara en serio sus temibles augurios. Hasta el final de sus días, lo veíamos sosteniendo su tesis, con la debilidad de la vejez pero con la fortaleza de la innegable realidad, bregando incansablemente por advertirnos el terrible mal que acechaba en las sombras con auspicio oficial. Y así, el narco creció, se fortaleció y, finalmente, se infiltró en nuestra sociedad hasta volverse un parásito tan grande que amenaza la propia existencia del Estado. Desgraciadamente, la profecía de Pancho Huerta se hizo realidad, no porque fuera inevitable, sino porque nadie la evitó.