Vemos con angustia que el mundo se desangra por la prepotencia y el autoritarismo de los gobernantes que manejan las llamadas “grandes potencias”.
Lejos de buscar la paz, más bien siguen apareciendo nuevos conflictos y el fallecimiento de miles de víctimas provoca un gran pesar ver que los afectados, en la mayoría de los casos, son personas inocentes, niños, mujeres, ancianos. La invasión de Rusia contra Ucrania comenzó hace tres años y no vemos en forma clara un cese al fuego definitivo. La guerra de Israel contra Hamas tiene visos de genocidio. Ambas partes tienen la culpa de las matanzas perpetradas a vista y paciencia de los organismos llamados a precautelar la paz mundial. Otro hecho reprochable es la agresión de Israel contra Irán, so pretexto de evitar que este país supuestamente se encuentra en un proceso de enriquecimiento de uranio para una posible fabricación de bombas atómicas.
También es censurable que el Gobierno de Estados Unidos, por sí y ante sí, haya decidido atacar a Irán, con el mismo pretexto de bombardear los centros de investigación y construcción de tecnologías conducentes al enriquecimiento de uranio que supuestamente no es con fines pacíficos, sino de posibles conflictos bélicos.
Todos estos acontecimientos de última data se han perpetrado sin ninguna intervención del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, cuyo fracaso es evidente. Al aprobar el texto de la Carta de San Francisco se cometió el gran error de conceder el derecho al veto de las cuatro grandes naciones: Estados Unidos, China, Francia e Inglaterra. Esto obstaculiza tomar decisiones en momentos críticos de conflagraciones. Esta facultad discriminatoria vulnera el principio consagrado en la misma Carta de las Naciones Unidas que señala la igualdad jurídica de los Estados. En teoría, todos los Estados son iguales ante el Derecho Internacional, pero en la práctica no se cumple.
Los hechos narrados anteriormente conducen a pensar en la necesidad impostergable de crear un organismo que tenga la fuerza suficiente para detener la carrera armamentista. Mientras no se detenga el armamentismo, la paz será una utopía.
En relación con Irán, es necesario reconocer que este gran país, heredero del Imperio Persa, está gobernado por un régimen teocrático, en la que gobiernan los más altos clérigos de la religión musulmana. Constituye una verdadera ironía que estos ayatolas y otros líderes invoquen el nombre del Creador para justificar sus fechorías.
Este estado de beligerancias y ataques bélicos nos mantiene en vilo ante una posible tercera guerra mundial, que significaría la eliminación de la vida misma en el planeta en caso de llegar al extremo de utilizar las llamadas armas de destrucción masiva y bacteriológicas.