La inteligencia artificial (IA) está aquí. No es una promesa lejana ni una novedad pasajera.
Es una herramienta que ya está transformando la manera en que trabajamos, aprendemos, nos comunicamos y tomamos decisiones. En Ecuador, sin embargo, la IA avanza sin freno ni dirección. Y eso es un problema serio.
Mientras otros países construyen leyes para regular su uso, aquí seguimos sin un marco legal que defina responsabilidades, límites ni principios éticos. Es como dejar una máquina poderosa funcionando sin manual ni freno de emergencia. ¿Qué pasa si un sistema automatizado comete un error grave? ¿Quién se hace cargo si una IA discrimina, espía o manipula? No hay respuestas claras. Tampoco instituciones que velen por los derechos de los ciudadanos frente a estas nuevas formas de poder.
Regular no significa prohibir ni estorbar. Significa cuidar. Significa poner reglas del juego para que la tecnología funcione a favor de la gente, no en su contra. La IA puede ser una aliada del desarrollo. Puede mejorar servicios públicos, prevenir enfermedades, optimizar procesos, reducir costos. Pero sin reglas, también puede amplificar desigualdades, erosionar derechos y concentrar poder en pocas manos.
Necesitamos una ley ecuatoriana sobre inteligencia artificial. Una que establezca principios básicos: supervisión humana, transparencia, seguridad, protección de datos, equidad. Una que defina quién responde ante un daño causado por un algoritmo. Una que evite la caja negra tecnológica, donde nadie sabe cómo se toman las decisiones. Y que lo haga con visión de futuro, pero también con urgencia.
Esta regulación debe construirse con todos: legisladores, expertos, empresas, universidades, sociedad civil. No puede ser tarea de un solo sector. La inteligencia artificial está cruzando todos los espacios de la vida pública y privada. Por eso, su regulación debe ser democrática y plural.
La IA no va a esperar. Ya toma decisiones que afectan vidas. No podemos quedarnos mirando desde la banca mientras el mundo actúa. Ecuador debe asumir el desafío con seriedad. Regular la inteligencia artificial es una cuestión de soberanía, de justicia y de dignidad humana. No podemos darnos el lujo de llegar tarde.