Nada es eterno ni perpetuo en esta vida, somos finitos, perecibles. Sabemos cuándo llegamos a este mundo, pero no el día que nos vamos.
La humanidad, en su compleja historia, está saturada de violencia y belicismo. Pleitos, cruzadas y guerras mundiales, varias de ellas insulsas, buscando sus líderes y mandatarios poderes políticos y económicos. Como lúgubre saldo, se suman millones de caídos en sus refriegas.
Esbozando un hálito de armonía, expresamos que estas mortíferas hecatombes ya son parte de la magra, catastrófica historia mundial. Ya pasaron, son torpezas humanas ya superadas. Pero, lamentable y peligrosamente, aún mantienen la mecha humeante y, en cualquier momento, con los ánimos caldeados, se puede encender. El empleo negativo de la ciencia, construyendo armamentos y bombas nucleares para arrasar y matar sin piedad; la desmedida ambición de poder de gobernantes inicuos que hacen cosas nefastas contra su pueblo para mantener su dominio; la explotación irracional de los recursos naturales y el despilfarro a manos llenas de la economía y su erario, someten hasta pauperizar al proletario, tornándolo un miembro más de los guarismos de la pobreza nacional. Por suerte, todo pasa, nada es perpetuo.
Con esta perspectiva de anhelos y propensiones, enfrentemos los avatares y conflictos de la vida con decisión y estoicismo, pretendiendo una patria sosegada, sobria, altiva, productiva y prometedora, ya que todo es pasajero, nada es seguro, a excepción de la muerte.
La insania obcecada de protervos politiqueros y la delincuencia en todos sus géneros y especialidades han vuelto al país peligroso, virulento, feroz, inseguro, cuando debe ser una patria de paz, que brinde confianza y nos prometa esperanzas que nos conduzcan por el derrotero del bienestar y desarrollo nacional, con abundancia feraz y riqueza patrimonial. Muchos culposos ahora sacan sus manutergios para limpiar sus maculadas manos. Por suerte, todo pasa, nada es perenne, y esta malhadada vorágine de violencia, criminalidad y delincuencia que, inmisericordes, nos azotan, sé fehacientemente que prontamente, con el esfuerzo mancomunado de un Ecuador unitario, inseparable e invencible en todas sus jerarquías, derrotaremos a este monstruo que nos acorrala, y sobre sus cenizas y en la memoria de sus víctimas haremos una fortificación para que jamás volvamos a repetir esta infeliz anarquía que ha sembrado de terror y muerte los pueblos de la patria.
Debemos aceptar con serenidad y resignación las desgracias y vaivenes de la existencia. Disfrutemos en buenos términos, junto a nuestros seres amados, la vida y sus entornos, ya que no sabemos qué nos espera en un futuro inmediato. Todo pasa. Con la ayuda divina y nuestro esfuerzo, esta pesadilla pasará. Amén.