Está muy bien que la gastronomía manabita se promocione dentro y fuera del país. Es rica, diversa, y representa con orgullo la identidad de esta tierra.
Pero en Manabí no solo se come, también se celebra, se canta, se baila y se honra a sus santos. Y ahí es donde parece que estamos fallando.
Las fiestas de San Pedro y San Pablo, por ejemplo, son una expresión viva de la cultura popular, profundamente enraizada en la identidad manabita. Se celebran en comunidades costeras con fe, música, danzas, barcos adornados y devoción. No son una moda ni un espectáculo armado; son parte de lo que somos. Pero a pesar de eso, estas fiestas pasan muchas veces desapercibidas para los que deberían promoverlas.
Municipios, la Prefectura y entidades culturales del Estado deberían asumir con más compromiso la tarea de visibilizar estas manifestaciones. Así como se invierte en promocionar el viche o el corviche, también debería haber apoyo para difundir nuestras fiestas patronales, nuestras tradiciones orales, nuestra música ancestral. Porque eso también es desarrollo cultural. Y si se hace bien, puede convertirse en desarrollo económico y turístico.
Tenemos una gran oportunidad en las manos: aprovechar la fuerza de estas manifestaciones para atraer visitantes, generar identidad y rescatar lo nuestro. No es solo cuestión de hacer un afiche o subir una foto a redes sociales. Se trata de organizar, invertir, documentar, proyectar.
Las fiestas de San Pedro y San Pablo no deberían ser solo celebraciones locales. Con el impulso adecuado, podrían convertirse en un referente cultural nacional e internacional. Pero si seguimos dejándolas al margen, perderán fuerza, y con ellas, perderemos parte de nuestra historia viva.
La cultura manabita necesita el mismo apoyo que se le da a la cocina. Porque lo que se celebra con fe y alegría también alimenta el alma de un pueblo.