Un día como hoy, 5 de junio, los manabitas y ecuatorianos recordamos el inicio de la Revolución del General Eloy Alfaro Delgado.
Fue un proceso de transformación política, social y económica que cambió para siempre el rumbo de Ecuador.
En 1895, el país se encontraba bajo el yugo de un régimen conservador y autoritario, herencia de Gabriel García Moreno y sus sucesores. La inconformidad ciudadana estalló entre mayo y junio de ese año, con protestas en Guayaquil y en el hermano cantón Chone. En respuesta a las políticas represivas del presidente interino Vicente Lucio Salazar, los manifestantes proclamaron a Alfaro como Jefe Supremo del Ecuador.
Desde su destierro en Panamá, Alfaro regresó para liderar la revolución liberal. Su arribo marcó el inicio de una breve pero decisiva contienda que lo llevó al poder. Nacido en Montecristi el 25 de junio de 1842, “el Viejo Luchador” se convirtió en una de las figuras más influyentes de nuestra historia política.
La Revolución del 5 de junio impulsó decretos progresistas que marcaron un antes y un después: la separación entre la Iglesia y el Estado, la legalización del divorcio y avances en derechos laborales. Alfaro también impulsó la educación laica y la inclusión de la mujer en el sistema educativo.
Durante su segundo mandato, en 1908, promulgó la Ley de Beneficencia, que confiscó bienes de comunidades religiosas para destinarlos al bienestar público. Ese mismo año, celebró la llegada del ferrocarril trasandino a Quito, una obra monumental que unió la Costa con la Sierra y consolidó la unidad nacional.
Además, inauguró en Quito un monumento conmemorativo por el centenario del Primer Grito de Independencia y promovió la construcción del Palacio de la Exposición. Su gobierno fue testigo de una expansión bancaria y de una visión moderna del país que trascendió su época.
Pese a las controversias que rodearon su gestión, el legado de Alfaro perdura. Fue defensor de los valores democráticos, impulsor de la educación y artífice de una infraestructura pensada para el desarrollo.
El 17 de enero de 1897 fue nombrado Presidente del Ecuador, con Manuel Benigno Cueva como vicepresidente. Su nombre permanece en calles, parques, instituciones educativas y monumentos. Los manabitas le rendimos homenaje con gratitud y convicción, porque Alfaro no solo fue un líder: fue, y sigue siendo, el mejor ecuatoriano de todos los tiempos.