La sed del oro continúa indetenible después de 500 años.
Es increíble que en todo el mapa de Sudamérica, y especialmente a lo largo de la cordillera andina, exista tanto oro, cobre, otros minerales y piedras preciosas. De ahí las ansias de oro de los invasores, llamados por algunos historiadores “conquistadores”.
Recordemos lo acontecido en la isla del Gallo, cuando Pizarro, trazando con su espada en la arena una raya horizontal, dijo a sus compañeros: hacia el norte la pobreza, hacia el sur riquezas inconmensurables. ¿Quién le informaría que en Sudamérica existiera tanto oro, plata y otros tesoros?
Recordemos con indignación lo acontecido en Cajamarca, cuando los españoles capturaron al inca quiteño Atahualpa y que, para su liberación, le obligaron a llenar una bodega de oro y otra de plata. El inca cumplió con lo pactado, pero los Pizarro y los Almagro, con la bendición del cura Valverde, incumplieron lo acordado y, valiéndose de pretextos fútiles, después de un juicio irrisorio, lo condenaron a muerte de la manera más cruel y salvaje. A pesar del rescate, hasta estos tiempos, el oro sigue existiendo en grandes cantidades en la mayoría de los países andinos.
El historiador Federico González Suárez, en su obra Historia general del Ecuador, afirma que Sebastián de Benalcázar no vino a fundar la ciudad de Quito, sino a buscar el tesoro de Atahualpa, que según el informante y traidor Felipillo existía en el reino de Quito. Benalcázar no logró sus propósitos porque Rumiñahui, hermano de Atahualpa, ya lo había escondido en un lugar inexpugnable. En la invasión también lo acompañaba aquel filibustero Pedro de Alvarado, gobernador de Guatemala.
He sido testigo de la manera como los aborígenes siguen “lavando” el oro en los ríos amazónicos, especialmente en el Napo, en Archidona y Misahuallí. Utilizan una batea de madera que, en medio, tiene un hueco donde reposa el oro, luego de un movimiento circular que solo ellos saben hacer. Les llaman “lavadores de oro”. El metal precioso está en los barrancos de los ríos y en cualquier sitio de las laderas andinas.
Según nuestra legislación, todo lo que existe en el subsuelo pertenece al Estado. Por la aplicación de esta ley, persiste la guerra entre el gobierno y los que practican la minería ilegal, que supuestamente se atribuye a grupos irregulares asentados en el país.
Ojalá que, lo antes posible, se legisle en forma sabia, realista y equitativa esta actividad, que generaría grandes recursos al Estado ecuatoriano y que ciertos políticos no se opongan a reformas que terminen con la ilegalidad, con participación de la ciudadanía, sin contaminar el ambiente y, de manera especial, los ríos, y no de unos pocos que están tras el becerro de oro.