Después de un triunfo arrollador, de una toma de posesión sobria en la que destacó un discurso corto, al contrario de esos políticos que hablan y hablan como si hablando se hicieran las cosas, de pocas promesas y la aceptación general de que un nuevo ciclo de la vida política del país se ha iniciado, el presidente tiene al frente 4 años de trabajo sin descanso.
Son cuatro años de acción sin parar, de promesas que cumplir, de consagrar de verdad la libertad de emprender a ultranza, de aquella que no deja hilos en manos de burócratas que buscan frustrar las iniciativas de los que apuestan por el crecimiento del país. Pero, además de todo esto, le queda una tarea básica: devolver la tranquilidad que la delincuencia nos ha arrebatado.
No es, entonces, el inicio de un periodo más de un presidente. En realidad, se trata de asumir la dirección del país en uno de los momentos más convulsos y más violentos de su historia, con el respaldo de todos los ecuatorianos, aunque muchos no lo digan. Es que nadie puede estar en desacuerdo, incluso los de la oposición, con medidas que efectivamente reduzcan la criminalidad, el robo, el asalto. La inseguridad, todos lo sabemos, castiga por igual y los delincuentes, al fin y al cabo, no discriminan a la hora de cometer delitos.
Por lo tanto, el presidente tiene ante sí una misión enorme, trascendente y por lo que se lo va a recordar, independientemente de lo que realice y ejecute en otras áreas: combatir sin tregua a la delincuencia para que el país avance.
Imagínense cómo sería el país con tranquilidad para trabajar y producir, si a pesar de todos los crímenes, del miedo en que se vive, el Banco Central del Ecuador anuncia que en el primer trimestre del 2025 “…las exportaciones privadas, no petroleras ni mineras, alcanzaron los 6.205 millones de dólares, superando en 29% al mismo periodo del 2024…”. La pregunta entonces sería: ¿cuánto más producirían y cuántos más ingresarían al negocio de exportación que crea miles de empleos si viviéramos en un clima de paz?
De manera que todas las medidas que se tomen para atacar el crimen son bienvenidas. La ley que ha enviado el presidente en esta materia hay que apoyarla. Es posible, como he oído el comentario de reconocidos expertos, que se la tenga que pulir, quizás corregir parte de su texto, pero el fondo debe permanecer igual; jamás pretender cambiarlo.