En un mundo cada vez más gobernado por el ruido, la vanidad y la ambición de poder, el fallecimiento de José «Pepe» Mujica representa mucho más que el término de una fase política.
Su muerte nos deja sin una figura moral que, con su comportamiento, cuestionó las lógicas del poder contemporáneo. Mujica, sin buscarlo, transformó la austeridad en virtud, la coherencia en emblema y la política en un gesto de humanidad.
No es necesario ser uruguayo para respetarlo. Mujica superó barreras, ya que manejaba un lenguaje universal: el de la simplicidad, la sinceridad y la compasión. Fue combatiente, cautivo, mandatario, pero nunca abandonó su identidad como «Pepe», el agricultor que residía en su finca, el que manejaba un escarabajo y donaba la mayoría de su sueldo. Fue el hombre que optó por pensar y vivir de manera autónoma y de acuerdo a sus pensamientos.
«No soy humilde, soy sobrio.» «Vivo con poco para asegurar mi libertad», afirmaba. Y esa oración, sencilla e intensa, desvela su pensamiento. Mujica no predicaba: se presentaba en persona. No elaboró grandes discursos, pero sus palabras auténticas impactaron. Abogó por la paz, apostó por los jóvenes y el ambiente. Su enfoque se centró en el bienestar colectivo y nunca en el individual.
Admito que quisiera ser como él. Mantener esa libertad que únicamente proporciona la coherencia; andar sin temor a las opiniones ajenas, sin tomar importancia de muchas cosas. Sin embargo, hay cadenas que obligan, hay compromisos, conocimientos impuestos que me sujetan. Admito, con humildad y tristeza, esa contradicción. Admirar a alguien no solo implica aplaudirlo, también implica enfrentarse con lo que uno no ha conseguido ser.
La muerte de Mujica nos incita a meditar, no únicamente sobre su partida, sino sobre lo que nos muestra sobre nosotros mismos. En un mundo en el que muchos optan por el poder, él optó por el servicio. Donde otros se acumulan y comercializan, él se mantuvo leal a sus valores.
Hoy su voz se silenció, pero su eco resuena con más intensidad que nunca. Mujica nos brinda una lección fuerte e incómoda: que se puede ejercer política sin sacrificar el alma, que se puede poseer autoridad sin corromperse, que se puede alcanzar la grandeza siendo humilde.
Hay que valorar su herencia no únicamente con palabras, sino también con acciones. Y a pesar de que algunos, como yo, todavía sintamos que nos están sujetando, tal vez su modelo sea la llave que requerimos para comenzar.
Mujica actuó como un espejo. Uno de esos en los que no solo te encuentras reflejado, sino también cuestionado. Hay que mirarnos con sinceridad y cuestionarnos nuestra verdadera identidad, nuestros valores y cuánto de lo que afirmamos vivimos en realidad. Es probable que ese espejo sea el obsequio más preciado que nos deja.