La rumiación es el proceso mediante el cual una persona tiene el hábito o la tendencia a evaluar de manera negativa y reiterativa sucesos o acontecimientos de su vida diaria o pasada.
Se manifiesta a través de autoverbalizaciones internas constantes con interrogantes como: ¿por qué me ha pasado esto a mí?, ¿por qué me siento así?, ¿qué salió mal?, ¿por qué no puedo hacer las cosas bien?, entre otras.
Estas verbalizaciones aumentan el estado emocional negativo y los pensamientos automáticos desadaptativos, teniendo, por tanto, consecuencias dañinas en nuestro organismo. En clínica, se conoce a la rumiación como un proceso transdiagnóstico o transversal; esto quiere decir que no solo se encuentra en determinadas psicopatologías, como la depresión o la ansiedad, sino también en otros cuadros como el trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno de estrés postraumático, algunos trastornos de la conducta alimentaria, entre otros, convirtiéndose en una importante diana a tratar.
Según Edward Watkins, existen distintas formas constructivas y no constructivas de rumiación, sugiriendo distintos estilos: uno útil, caracterizado por un pensamiento concreto, centrado en el proceso y específico; y otro inútil y desadaptativo, caracterizado por un pensamiento abstracto y evaluativo.
El tratamiento de la rumiación desde la RFCBT incorpora el análisis funcional, el cual busca encontrar la función que cumple la rumiación, particular en cada sujeto, así como ejercicios experienciales, de imaginería y experimentos conductuales. Este enfoque se basa en la idea de que la rumiación es una conducta habitual aprendida, desarrollada a través del refuerzo negativo; es decir, cuando la persona rumia, siente que hace algo frente a su malestar o, a su vez, evita experimentar una emoción más dolorosa. Esto explica el concepto de refuerzo negativo, que se refiere a la eliminación o disminución de algo desagradable que fortalece una conducta, convirtiéndose, a largo plazo, en una forma de evitación del malestar que perpetúa las conductas de interés a tratar, las cuales son las que mantienen el problema.
El compromiso del usuario con las directrices de su psicoterapeuta es un indicador de favorable pronóstico. Se debe recordar siempre que la psicología es procesual, y generalmente se requieren entre 6 y 12 sesiones para observar resultados, aunque esto dependerá del modelo psicoterapéutico escogido y del programa a aplicar, modelo que no siempre es fijo y que se diseña de acuerdo a las necesidades específicas del sujeto individual.