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Rubén Darío Buitrón
Los arrepentidos

El ex Presidente de la Asamblea Constituyente empieza a levantar su voz contra las violaciones a la Carta Magna por parte de los mismos que la redactaron y aprobaron.

Sábado 22 Noviembre 2008 | 20:58

Es el tímido destape de Alberto Acosta. Ha reaparecido, con un despliegue importante, en espacios periodísticos de alta audiencia. Con una actitud de respeto y cuidado en sus palabras, el asambleísta más votado de la historia empieza a criticar sus ex colegas en los dos aspectos más sensibles de la política: el de la coherencia y el de la ética. Abiertamente crítico de la ley minera propuesta por el Gobierno que él ayudó a consolidar, opina también que el vacío judicial se debe a que en la Asamblea hubo claros intereses para meter mano en la Corte Suprema. Y da un nombre: César Rodríguez, personaje muy cercano al presidente Rafael Correa. Durante la reciente campaña por el sí, Acosta mantuvo silencio. Pese a que ya discrepaba con ellos y a que fue la primera víctima del buró correísta, prefirió callar, según él, para “no hacer juego a la derecha” y que no se produjeran fisuras internas que perjudicaran el voto por el sí. ¿Pensó, acaso, que su silencio bastaría para que los maquiavelos del oficialismo tomaran un rumbo ético en su conducta? ¿Realmente creyó que lo echaron de Montecristi “por el bien del proceso”? ¿Fue por eso que no acompañó a Mónica Chuji en las denuncias que ella hiciera antes del referendo contra las arbitrariedades antidemocráticas del buró? En recientes entrevistas, Acosta mostró, de nuevo, su decencia. Llamó “amigo” a Correa, eludió confrontar a “su otro amigo”, Fernando Cordero, y se calificó como “simple economista” cuando dijo que al no entender los atropellos y violaciones constitucionales de PAÍS es evidente que no sabe de tácticas políticas. Cuando escucho a Alberto Acosta recuerdo las jornadas periodísticas en Montecristi como un ejercicio de asombro cotidiano para los reporteros. Entre murmullos, con miedo a que los ojos y oídos del buró los vieran hablar o pudieran escuchar sus llamadas telefónicas a periodistas, un puñado de asesores de comunicación de PAÍS se nos acercaba más en tono de desfogue personal que de decisiones valientes y oportunas para evitar lo que ahora está ocurriendo. Les parecía inconcebible que en un “bloque revolucionario” se produjeran incoherencias ideológicas, jugadas bajo la mesa, cambios de textos por manos fantasmas y votos a cambio de futuras candidaturas seccionales. Gritaban entre susurros. Se preguntaban dónde habrá quedado la moral que se necesita para liderar cambios profundos. Pero no lo hicieron en voz alta. Su justificación era, de nuevo, “no hacer juego a la derecha”. El propio Acosta fustigaba a la prensa: “Ustedes hacen farándula de la política”. Hoy, los arrepentidos empiezan a hablar. Y hablan libremente en los medios que tanto criticaron, porque los otros, los medios gobiernistas, no les dan espacio. Ironías de la nobleza política. Y de la ingenuidad. "En la Asamblea hubo claros intereses para meter mano en la Justicia"
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