Actualizado hace: 931 días 17 horas 27 minutos
Alfredo Cedeño Delgado
Las calles de Portoviejo

La Reales Tamarindos.- El amor a una ciudad la expresa un hombre de cualquier modo. Pero son los versos los que pueden vencer el tiempo, y recorriendo décadas o centurias, llegar frescos y renovados, una y otra vez, en homenaje del solar amado. Se produce así lo que verdaderamente busca el poeta: la permanencia del poema.

Lunes 05 Mayo 2008 | 18:38

A Portoviejo le han cantado de todas formas y maneras, pero nadie podrá superar los emotivos y estremecedores cantos modernistas de Vicente Amador Flor a su ciudad natal. Flor, gran poeta, tiene poemas de rara perfección, ajustados a un estilo que nunca varió: el modernista de fines de siglo XIX y principios del XX. Su “Canto a Portoviejo” a mi modo de ver, es literariamente inferior a su “Advenimiento de Portoviejo”, pero a veces lo literario es frío y lo que define el canto es el alma que se pone: la pasión, la ternura, el amor infinito escapándose de la voz. Eso tiene “Canto a Portoviejo” y eso lo distingue. Hay en “Canto a Portoviejo”, de Vicente amador Flor, entre otros aires metafóricos, un verso que se ha desprendido y que se ha convertido en lema, nombre, denominación ufana y orgullosa de clubes, salones, cooperativa de transportes, recintos, estadio, aeropuerto y calle. Es un verso con vuelo metafórico propio: Ciudad bonita de arrabales lindos/ ciudad de San Gregorio siempre amada/ fuiste como una bendición creada/ entre encajes de Reales Tamarindos. El poeta ve nacida y creada a su ciudad en una cuna, reposando entre encajes blanquísimos y, en un acierto de símil, toma el árbol heráldico de su ciudad, lo ve florecido de blancura, y lleva a considerar a esos blancos florecimientos, encajes; blandos y delicados encajes que arropan el sueño de la criatura creada como bendición. Pero antepone la palabra “reales” y eso es un acierto más. El poeta hace el plan de la poesía con la harina que le gusta y a Flor le gusta considerar la fundación de Portoviejo como un hecho de mandato real, de decisión de monarquía española, no de caprichos de bizarros conquistadores ni de imposibles de bárbaros adelantados. No. Flor ve a su ciudad creada por decisión exclusiva de Carlos V, el Emperador de España, por una necesidad de la realeza que juzgó que la geopolítica y el abastecimiento de sus navíos debía hacerse desde una ciudad castellana. El 13 de marzo de 1934, con la primera edición del “Diario Manabita”, se publica el inolvidable poema. Flor debió escribirlo pocos días antes y entregarlo para que su publicación coincida con la aparición del matutino. Todo un acierto del poema y de un poeta extraordinario. Una calle vital de la ciudad amada toma el nombre de la metáfora.
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