Gianfranco Girotti, Arzobispo director de la Penitenciaría Apostólica del Vaticano, viene causando reacciones diversas en el mundo cristiano tras responder la pregunta del periódico Le observatore Romano sobre los pecados capitales. Unos, que los ven como nuevos pecados “decretados”; otros, que sencillamente creen que son los siete antiguos, aplicados a la vida contemporánea.
Un cristiano convencido, mas no de forma, siente que la indiferencia ante los problemas sociales es una actitud opuesta al amor a Dios y al prójimo como a sí mismo, establecido en el Primer Mandamiento de la carta fundamental, perdónese la comparación con el derecho humano.
Sorprende también a los cristianos de apariencia que causar injusticia social, causar pobreza, hayan quedado establecidos como pecados capitales, justamente en el papado de Benedicto XVI, encasillado en el ala conservadora de la Iglesia y rechazado por no pocos seguidores de la revolucionaria Teología de la Liberación. Y va más allá: enriquecerse hasta “límites obscenos” a expensas del bien común. Obsceno -téngase en cuenta- calificativo inédito en el tema socio-económico y más bien asociado al sexo.
Los tres juntos equivaldrían a la avaricia, conocida así desde la Edad Media, cuando la humanidad no vislumbraba siquiera que llegaría a hollar la inalcanzable y poética luna. Menos aún, que crearía seres humanos en laboratorio, por tanto sus debilidades –hasta las insospechadas declaraciones del Arzobispo Girotti- solo se enunciaron en la lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y soberbia.
Desconcertante es la apreciación de quien piensa que si no se cuenta con plantas recicladoras de basura en la mayoría de nuestras ciudades no hay culpabilidad al causar deterioro ambiental. Soslaya que los “verdes”, han creado otros mandatos conocidos como las 4 R: rechazar, que se refiere al consumo de productos dañinos para el ambiente, también a la sobreexplotación de recursos de la tierra y el mar; reducir el uso de recursos; reutilizar; reciclar y han añadido una quinta, reparar antes de desechar e incrementar las grandes toneladas de basura no degradable y aun tóxica, contaminando el planeta que fue creado para todos, incluidas las generaciones que no conocemos todavía.
Quien infiere daños al ambiente, quien causa contaminación acústica, peca contra el primer Mandamiento… no le hacía falta a ningún ciudadano consciente, a ningún buen cristiano que la instancia penitenciaria del Vaticano lo tipificara como pecado.
Idem, el buen cristiano no necesita ver el nombre de Dios en la Constitución, de humana factura y por tanto jamás perfecta, sino practicar el amor a la humanidad.
"La indiferencia
ante los problemas
sociales es opuesta al
amor a Dios"
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