Actualizado hace: 931 días 19 horas 46 minutos
Jorge Maldonado F
Ante una tragedia

Se podría argumentar que el hecho es demasiado distante para que merezca el espacio de este comentario. Pero no hay tal, porque la magnitud de las trágicas consecuencias ha rebasado toda consideración relativa a su ubicación, para sacudir la conciencia de los padres en todas partes.

Miércoles 23 Abril 2008 | 21:03

Me refiero a la tragedia que vivió un grupo de jóvenes cultores del rock, cuando participaban y asistían a un concierto con la intervención de varias bandas y de personajes conocidos en ese ambiente, en una discoteca ubicada en el sur de la capital del país. La imprudencia exagerada de una de las bandas hizo que se utilizaran “lanzafuegos” como parte del espectáculo y el tipo de construcción del local produjo un incendio que dejó como saldo quince cadáveres y numerosos heridos en las casas de salud. Es cierto que la juventud es proclive a la imprudencia; pero, entre los asistentes había adultos que debieron pensar en el riesgo de lanzar fuego en un local cerrado. Es cierto que la autoridad, que los bomberos, que los organismos responsables de la seguridad, debieron inspeccionar el local antes de autorizar su funcionamiento; pero, se supone que el instinto de conservación funciona en todas las personas y que alguien, en el sitio, debió lanzar una advertencia antes de que se lance el fuego. Y no es la primera vez que ocurre una tragedia en estos centros de diversión y en los conciertos masivos. ¿No será hora de examinar la relación de autoridad en la familia para autorizar las intervenciones de los jóvenes, moderando su entusiasmo frente al peligro evidente? La Municipalidad de Quito y su Alcalde han sido rápidos en sus acciones y solidarios con los familiares de las víctimas. Es posible que en esa conducta se mezcle el deseo de tranquilizar a una conciencia castigada por la sensación de culpa por la cadena de omisiones que se registran. Finalmente, quien cerró la puerta de escape con doble candado, seguramente para evitar que alguien entre sin pagar, debe vivir un infierno porque ninguna cantidad de dinero que se hubiera perdido justifica las vidas juveniles destrozadas, perdidas, precisamente cuando ejercían uno de sus derechos recibido al nacer, el derecho a expresarse; vidas plenas que debieron desarrollarse y proyectar al futuro el valor inmenso de su capacidad creativa y de realización. El insuceso nos deja experiencias que deben ser advertidas por los jóvenes, por sus padres, por todos quienes ya como espectadores, ya como actores, ya como autoridades, tienen que velar por la vigencia de la vida y la salud de ellos mismos, de los suyos y de todos… Ninguna cantidad de dinero justifica las vidas juveniles destrozadas
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