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Carol Murillo Ruiz | E-mail: [email protected]
Racismo

Los últimos días en el país se habla de racismo; el desprecio por quienes falsamente no son iguales. Un comentario de Francisco Herrera Aráuz en la radio me hizo pensar más el tema, y en esa ampliación del análisis, recordé un libro que leí hace años y que retrataba sin ninguna presión de orden ritual, el mundo negro sin la finura con que varios tratadistas de la negritud intentan ver lo negro como algo especial, alternativo, racial, contrastante.

Viernes 09 Noviembre 2007 | 23:01

Confieso que no he visto el vídeo que ha realizado Rodolfo Muñoz, Tarjeta Roja, sobre el Tin Delgado. Pero aún así me voy a permitir hablar más allá del Tin, rumiando lo que decía Fanon sobre la descolonización y la psicopatología de la colonización. Y el signo de ser negros en un continente blanco. Y el sino de ser negros en una geografía, loca paradoja, ni siquiera de blancos puros, leche mísera, sino en un continente de indios, de gentes sin alma, de seres sin una visión metafísica del mundo. Los negros llegaron al mundo, sí, al mundo, cualquier mundo, como los condenados de la tierra, en palabras de Fanon. Como unos seres que, dispuestos a vivir en el mundo, porque ésa es la filosofía que nos alumbra cuando arribamos al mundo, dispuestos a vivir en el mundo. A algunos grupos étnicos les toca vivir –casi- dispuestos a soportar el rigor de los otros grupos. La marginación, la sospecha, la clausura de sus mentes y sus cuerpos. Hace poco, un Premio Nobel llegó a decir que los negros no tienen la suficiente capacidad intelectual para pensar y trascender el mundo de la ciencia y la academia… Lo cierto es que los negros existen, existimos. El Tin vive. Un jugador que a través de su arte superó la virtud de los blancos. Y aquí viene nuestra suturación cultural. El Tin no nació en un país de blancos. El Tin nació, para decirlo bien, en un país de mestizos. De hombres de sangre mezclada por la esclavitud europea. De gentes que más tiene de indios que de españoles. De hombres que tienen, en sus miradas y en sus varios actos, el legado cifrado del pasado. Recién vi una obra, Boletín y Elegía de las Mitas. Obra mediocre, gris, volcada hacia ese gemido maldito de ver al indio a partir del eterno sufrimiento de la mirada blanca/mestiza; obra para enjuagar las culpas del presente cuando –algunas- culpas reposan en el pasado. Es el racismo. Atisbo que intenta salvar el hoy de los distintos desde la culpa. Desde ese cristianismo infeliz que hace del arte una expiación extemporánea. Negros e indios somos nosotros. Ninguna gracia artística forzada. Negros e indios somos nosotros: seres convictos de nada sino de forjar gentilezas para cobijar un color, dos colores, tres colores que en la gama de la luz no existen. Solo la sumisión del negro o del indígena ha permitido que los “blanquitos” miren al negro o al indio con el exotismo del color. Me niego a mirarlos así porque en ellos también estoy yo y mis antepasados. No es la resistencia lo que cuenta, es la manera cómo la vida los acepta, los asume, los arrima al tronco, es decir, a la familia universal.
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