La armonía se pierde ante la mezcla inmisericorde de colores subidos de tono. Y en este contexto también surge la publicidad, que se escuda en que las actuales estrategias de marketing no sólo permiten sino que exigen ubicar anuncios con tonalidades estrafalarias. El problema es notorio sobre todo en el centro de la urbe. Sin embargo, no hay una ordenanza que regule la armonía visual de las casas y locales comerciales. Hace dos meses el jefe de planificación municipal, Luchino Iturralde, presentó un proyecto para sectorizar la ciudad. La iniciativa pretendía que cada sector sea pintado con un determinado color. No obstante, la idea quedó en gavetas. Estefanía Medina, diseñadora, es de la idea de que haya normas específicas para controlar el exceso de anuncios publicitaros demasiado espectaculares. “De esta manera se podría evitar el desequilibrio del paisaje natural o artificial, y que es la causa del estrés, dolor de cabeza e incluso de algunos accidentes de tránsito”, expresa. En Portoviejo solo las casas consideradas patrimonio cultural tienen una regulación en cuanto al color en que deben ser pintadas. Deben ser decoradas exteriormente con tonalidades similares a las que tuvieron en sus inicios para preservar su historia. La mayoría son pintadas con rosado pálido, verde agua o celeste. Ciudadanos como Maritza Salvatierra consideran que salir al centro de la ciudad es un suplicio para los ojos. Hay una fuerte agresión visual”, dice.