Problemas afectivos parecen ser el denominador común de esta nefasta cadena, agravada por la inacción y desidia total de quienes deben encargarse de la salud mental de la población. Lo doloroso es que los protagonistas de este drama son personas jóvenes, mayoritariamente, y lo que alarma, muchos adolescentes. Se debe pensar, entonces, en el primer eslabón de la cadena de responsabilidades; y todo nos lleva al hogar y luego a los centros educativos. No hay que descuidar, en ningún momento, la atención individualizada de nuestros hijos y de los alumnos, adentrándonos en su mundo de problemas y ayudarlos a tomar la senda correcta. Entonces, la familia y los planteles educacionales deben extremar las tareas de control y educación preventiva de los alumnos; y el Estado, a través del Ministerio de Educación y de Salud Pública, priorizar el tema. La mayoría de los establecimientos formales, en las ciudades más pobladas del país, cuentan con un departamento de orientación, manejados por profesionales en sicología, cuyos integrantes deben actualizar la lectura del fenómeno social que está ocurriendo en el país y redoblar esfuerzos para poner fin a estas tragedias que sacuden a la sociedad entera. El trabajo conjunto entre entidades oficiales puede arrojar resultados positivos y es una obligación iniciarlos con la premura que el caso exige para detener esta ola que enluta al país. La expansión de los casos en los últimos meses debe llamarnos no solamente a la reflexión sino a la acción inmediata, para poner fin al doloroso hecho de seguir enterrando a nuestros queridos jóvenes.