Tanto es así que cuando se trata de discutir el efecto negativo que producen sus contenidos sobredimensionados, poco basados en la realidad y que apelan a las emociones humanas básicas para lograr elevadas audiencias, con frecuencia se escucha que “dan al público lo que quiere”.
Pero no es así. Los medios tienen, como deber ético, aportar a que los ciudadanos sean capaces, por sí mismos y no por inducción o manipulación, de tomar decisiones que van desde lo cotidiano hasta lo estructural.
Parte de la misión de la prensa consiste en desmitificar las falsas creencias populares y en ponerlas en tela de juicio. Pero es imposible hacerlo cuando se está pensando en cómo va a reaccionar el público para tratar de agradarle.
He aquí el problema esencial alrededor de la ética en el manejo de la información pública: los ciudadanos llegamos a conocer la realidad –una mínima porción de la realidad- no por lo que vemos o sentimos, sino por lo que nos dicen los medios.
La distancia se profundiza cuando el ciudadano consciente de sus derechos exige a los periodistas honestidad, rigor, equilibrio, pluralismo, contextualización y profundidad. Y entonces se produce una ruptura de mundos, una fisura entre perspectivas reales (lo que sucede afuera) y perspectivas creadas (lo que en las salas de redacción creen que sucede).
El comunicador norteamericano Maxwell McCombs afirma que “nuestro sentido cultural de lo que es nuevo e importante –nuestra agenda cultural- procede en gran parte de lo que vemos en la televisión” y, por extensión, de lo que escuchamos y leemos en los distintos medios.
Entonces, si los medios considerados responsables y serios dependen de lo que diga la televisión (en especial, la mala televisión), estamos hablando de una multiplicación de formatos, contenidos y maneras manipuladoras, superficiales y segmentadas de informar al público.
En el mundo se afianza la tendencia -a mi entender equivocada porque asistimos a la frivolización y superficialización de los contenidos-, de lo breve, lo corto, lo sintético, lo puntual, lo rápido.
En otras palabras, la prensa escrita y la radio dan batalla a la televisión en el terreno que ésta les propone. Y |como este enemigo (la mala televisión conocida en Europa como “al telebasura”) domina el escenario y se ha convertido en el medio de mayor impacto, en el medio que se vuelve referente de sus competidores de audio y de papel, lo superficial y lo obvio, sumados a la falta de contexto, seguimiento e investigación, reinan en los contenidos noticiosos contemporáneos y dejan huérfano al ciudadano interesado en entender mejor y de manera profunda su propia historia.
Hay que cambiar desde adentro. Hay que hacer una autocrítica profunda y honesta. Y hay que hacerlo antes de que la sociedad nos rebase y nos deje atrás.
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